miércoles, 14 de diciembre de 2011
Prueba no superada
Sí, porque no importa la edad que tengan, uno de mamá se sienta allí y el hijo sale a escena y es como si todo el mundo alrededor desapareciera y el hijo allá arriba es el más lindo, el que mejor baila, el que mejor canta, el que tiene la mejor voz... Y no importa que de tan chiquito que está ni siquiera se mueva en el escenario, no importa que el pantalón se le esté cayendo porque le queda grande, o que las mangas de la camisa se salgan debajo del saco, o que los ganchitos se le caigan, porque tiene el pelo muy liso, o que el disfraz de ovejita le tape toda la cara, o que todavía sea un bebé y al verte entre el público salga corriendo a sentarse con vos. No importa nada de eso, el hijo de uno tiene un reflector encima, una luz especial que lo ilumina. El hijo de uno sonríe desde el escenario y se siente una felicidad extrema, unas ganas de subir a abrazarlo, unas ganas de que la vida siempre sea así de perfecta y mágica y de tanta felicidad allí van [plin plin] las lagrimitas.
Y entonces me doy cuenta de que no importa la edad, las veces que los haya visto en los actos del colegio, siempre esos momentos van a ser especiales.
Y entonces me enjuago las lagrimitas y me repito como tantas veces lo hicimos con mi amiga Olga al salir de esos actos:
¡Prueba no superada!
martes, 22 de noviembre de 2011
Grandes recompensas de la vida.
El punto es que después de ese día horrible, que además me tocó estar en el carro más de una hora al regreso en trabazones por la Zona Rosa, Multiplaza y Merliot; llego a la casa y, iluminada por la luz de la lámpara de mi mesa de noche, me encuentro esto:
Díganme: ¿no merece la pena vivir por cosas como estas?
Al final, se olvidan todos los dolores, las preocupaciones, los líos; por una sonrisa tan dulce, una mirada tan sincera, un amor tan verdadero
lunes, 21 de noviembre de 2011
¿Y si yo lo único que quisiera es que mis hijos sean los más felices?
domingo, 13 de noviembre de 2011
LAS DOS MUJERES EN EL ESPEJO
sábado, 5 de noviembre de 2011
domingo, 4 de septiembre de 2011
El hombre grande
Benjamín llegó sin ser anunciado. Durante los primeros cinco meses del embarazo me la pasé llorando, pensando cómo iba a poder con otro hijo más, saliendo de trabajar todos los días casi a las ocho de la noche… Cómo iba a repartir el poco tiempo que me quedaba con una personita más, de dónde iba a sacar otro brazo para abrazar, otra mano para agarrar…
Pero cuando llegó era una cosa de casi nueve libras, chatito y con rosquillas por todos lados, tan grande y maravilloso que se me olvidaron todas las penas.
Lo de que llegó sin ser anunciado lo digo porque el plan original era tener solo dos hijos. Para mí allí había terminado la cosa. Pero a Benjamín "lo pidió Nicky". De verdad, lo pidió… Una noche cuando dormía con él, apenas de tres años, miraba hacia arriba y movía los labios como hablando con alguien…
– ¿Con quién hablás? Le dije
– Con jesucito, contestó Nicky
– ¿Y qué le decís?
– Le estoy pidiendo un hermanito, que se va a llamar Carlitos*
Eso fue a finales de noviembre. En enero yo ya estaba embarazada… El 30 de septiembre el Dr. Carías lo chineaba frente a la luz de la ventana viéndolo como si fuera obra suya… ¡Chis, ve! Si él solo lo sacó.
Le debemos mucho a Nicky con esa petición, porque la verdad es que Benjamín es un ser especial, tiene una manera de sonreír apretando los ojos y de iluminar cada lugar a donde entra, tiene una manera de ser querido por toda la gente, porque abraza poniendo la cabecita en el hombro, con una dulzura inusual. Tiene una manera de mirarme, de decirme “te amo” poniendo su manita en mi cara como “enamoradito”…
El año anterior aprendió a leer en la escuela. Ayer empezó el primer grado. Y uno, simple adulto, mortal y sin gracia, no puede ni siquiera imaginar la importancia, la trascendencia, la relevancia que tienen las cosas para un niño de casi siete años… Como usar pantalón largo por primera vez en la escuela. O usar cincho, por ejemplo. Es decir, para mí era comprar el pantalón, medírselo y hacerle ruedo. Para él era un momento histórico, digamos.
Pasó contando los días desde el domingo, preguntándome a diario “¿Cuántos días faltan para ir a la escuela?”. El jueves se acostó a las ocho y media. El viernes se levantó a las cinco en punto. Se bañó, se puso su uniforme nuevo… ¡Con pantalón largo! Se echó su perfumito Tous, se lavó los dientes y peinó con camino en medio a lo Masferrer y me pidió el cincho… Yo no había comprado cincho**. Si la camisa va por fuera, para qué van a llevar cincho… Pensé… Pero él no había pensado así, para él era su entrada al mundo de los hombres grandes, así que le quitó el suyo a Nicky, pero éste se quejó y finalmente Neal le terminó arreglando uno viejito de él…
Y allí iba. Bajando las gradas delante de mí. El hombre grande. Diciendo en vos alta, pero como para sí mismo, “Ya voy a primer grado”***.
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* Carlitos solo fue una de los tantos nombres que tuvo Benjamín. Miguel, que se echó todo mi embarazo en Apex, lo llamó Benjamín Anacleto y no me acuerdo cuántos otros más. Nicky lo quería llamar Tarzán López, no me pregunten de dónde sacó eso...
** Para mí el cincho es un símbolo de "apretasón", como de represión para el cuerpo y la libertad de movimiento.
Mis hijos no usan cincho y no tienen a menos que sea necesario. Como los años anteriores que sí tenían que llevarlo, porque la camisa se usaba por dentro.
*** Todavía hoy lo sigue repitiendo en voz baja. Le pregunto que por qué le entusiasma tanto el primer grado, dice que porque es chiquito... Yo creo que quiere decir lo contrario, porque ya no es chiquito... Vaya usté a saber qué pasa por la cabeza de un niño de casi siete años...
viernes, 2 de septiembre de 2011
Quien oye consejos llega a viejo
Es un dicho de mi abuelo, inolvidable. Ambos.
A este día hemos recorrido la vida y seguimos aprendiendo, entre otras cosas, a educar hijos, a relacionarnos en el trabajo, a comprender al esposo, a escuchar a nuestras madres, y así muchas cosas más.
Nadie quiere que su hijo sufra, menos por amor y aconsejamos y aconsejamos, pero nada sucede, los chicos siempre hacen lo que les dice su corazón… y qué podemos hacer … si así aprendimos nosotros, llorando, cayéndonos, levantándonos, volviéndonos a enamorar.
…Y en eso me di cuenta que mi hijo no tenía hambre, bajó de peso, no dormía y de repente lloraba.
Traté con mis consejos de ahorrarle 25 años de experiencia en la materia… pero me di cuenta que por más consejo que le di… debía pasar por ese camino, debía enamorarse y conocer el desamor.
Aprendí una vez más, que a pesar que queremos cuidarles el corazón, no podemos con nuestros consejos negarles la oportunidad de vivir.
martes, 30 de agosto de 2011
Nuevas formas de amar
Cuando pequeñas, nos representaban el amor de familia y a la madre ideal en estampas que retrataban a señoras con delantal, cabellos, ropa y uñas impecables, y sonrisas inamovibles, que servían suculentos platos de comida a sus igualmente-siempre-sonrientes familias.
Muchas de nosotras de hecho alcanzamos a vivir en hogares en los que nuestras madres se esforzaban por dedicarse a sus hijos, y que combinaban pequeños negocios domésticos con la crianza y el cuidado de sus familias.
Después de convertirme en madre, primero de una, y ahora de dos mujercitas, me ha tocado darme en la frente con esa imagen idealizada de la madre perfecta. Mis hijas rara vez me ven en delantal, yo cocino con la ropa de oficina puesta, en tacones y, muchas veces, con el celular entre la oreja y el hombro. Me ven poco, casi siempre a prisa, me ven escuchando las noticias o leyendo el periódico, me ven corriendo de un lado a otro o manejando, me ven otras veces cansada, otras veces estresada.
Pero, como la gran mayoría de madres, yo las amo sobre cualquier otra cosa en este mundo. Y ese corre-corre es una de las formas en las que trato de demostrárselos. Son formas diferentes de amor, poco tradicionales, poco ortodoxas, diferentes para cada madre de nuestros tiempos, pero forma de amor al final.
Es igual amor el de alguien que reconoce que no puede cocinar, pero se rebusca por encontrar a alguien que le ayude con eso, o que paga para que a sus niños no les falte un buen almuerzo.
Igual amor es el de quien a la mejor no tuvo oportunidad de prepararse mucho académicamente, pero ahorra para comprarle a sus niños libros o una computadora, o lo acompaña a un ciber café para buscar juntos la información.
Igual amor es el de quien se traga la vergüenza o los prejuicios con los que a muchas nos criaron, y se esfuerza por hablar claro de sexualidad con sus niños…
Antes me frustraba y solía ver con envidia a las madres de tiempo completo. Ahora creo que cada quién hace lo que puede, de la mejor manera, con lo que tiene. Hablando con otras mamás del colegio descubrí que ellas me envidiaban a su manera también. En fin, ¿qué nos queda? Tratar de que no les falte nada a nuestros niños, intentar enseñarles con el ejemplo, darles todo el amor que podamos y procurar que el tiempo que pasamos con ellos, sea mucho, sea poco, sea de la mejor calidad posible.
No nos cerremos ni le tengamos miedo a estas nuevas formas de amor. Amor es amor, a final de cuentas.
jueves, 25 de agosto de 2011
Madre busca talentos.
Miren, cuando uno tiene hijos se emociona, cree -de una manera cursi y fantástica- que va a realizar los sueños frustrados con ellos. Eso pensó mi mamá también conmigo, supongo, y durante tres años consecutivos me mandó religiosamente -con alguno de mis hermanos mayores- al ballet. Yo lo odiaba, principalmente por el viaje en bus a plena una de la tarde. Hacía calor, me dormía, siempre llegaban tarde a traerme, tenía problemas para socializar con otras niñas, etc, etc. En tercer año, cansada ya de todas las inclemencias de mi experiencia, se me ocurrió un plan fantástico: hice algo mal en un examen -sí hay exámenes- y en menos de lo que la Margarita dijo "plié" yo estaba de regreso en mi casa, desperdiciando infructuosamente mis tardes como cualquier niña de nueve años. Ya en la adolescencia, en pleno uso de mi libre albedrío, regresé por decisión propia a la Escuela de Danza. Pero bueno, esa es otra historia.
La historia que quiero contar se trata de todos los intentos frustrados -más frustrados para los padres que para los hijos- de convertir a los pequeños en mini extensiones de lo que por tiempo, dinero, falta de interés; nosotros no pudimos ser. Y allí está que, empezando por la mayor que ahora tiene 15 años, mis hijos han practicado: gimnasia olímpica, natación, tenis, tae kwondo, espada coreana, piano, guitarra, coro, dibujo y algunas otras disciplinas. La mayor es la que ha corrido con la mejor "suerte", porque -obviamente- fue la víctima de todos mis experimentos: antes de los tres años ya estaba en el Tembag, era todavía un bebé, pero a mí me encantaba verla con su leotardo tres veces a la semana. Ella se quejaba que no le gustaba, yo, en el fondo de mi corazón esperaba que algún día le llegara a gustar. Hasta que un día fui invitada a una clase y me di cuenta de que mi bebé pasaba toda la clase corriendo y jugando de un lado a otro, no hacía los ejercicios, no ponía atención: no le interesaba.
Después, alentada por el maestro de música de la escuela, quien me aseguró que la bichita tiene aptitud innata para la música; empezaron las clases de piano, a las cuales se sumó el segundo. Y resulta que al mismo tiempo decidí que debían ser nadadores olímpicos y los metí a natación. Para hacer corta la historia: llegaron hasta competencias entre clubes. Lo mismo pasó con el tenis. Y así... Historias. Pero nada duraba más de 6 meses, porque resulta que la del interés era yo, no ellos. El chiquito corrió con mejor suerte, porque para cuando él tenía la edad apropiada para todas mis locuras, yo ya me había cansado de los experimentos con los otros dos.
Ahora, el punto de este post debía llevar a demostrar que por más que uno intente y torture a los hijos con clases de cualquier cosa que se nos pueda ocurrir y horarios que hasta uno mismo odia, llega una edad en que algo milagroso sucede: ellos encuentran qué es lo que les gusta, deciden por sus propias aficiones e inclinaciones. Allí está que la mayor pidió una guitarra y con gran éxito está aprendiendo a tocarla. Movida quizás por el entusiasmo, ha pedido regresar a las clases de piano. El de en medio quiere aprender a ilustrar y el chiquito quiere un violín como regalo de cumpleaños, porque ya habló con la profesora de música de la escuela -sí, el solo arregló todo-.
Moraleja de esta historia: no se estrese, no gaste su tiempo ni dinero ni exponga a sus hijos a horarios extra curriculares casi inhumanos; en algún momento de su vida ellos van a encontrar su propio camino.
miércoles, 10 de agosto de 2011
Disciplinar con inteligencia emocional
Uno de ellos es "Disciplinar con Inteligencia Emocional", el cual contiene técnicas para enseñar hábitos y valores en los niños.
He encontrado datos muy valiosos y experiencias aplicables.
Una que me ha gustado y quiero compartir, porque imagino que les sucede si no a todos, al menos a un buen porcentaje de los padres, es qué hacer cuando los niños se tardan para salir de casa, digamos rumbo al colegio.
El libro nos da tips para reaccionar ante la situación de - a la gran, ya nos agarró la tarde - y lo más probable es que la frase vaya acompañada de : "otra vez".
¿Qué podemos hacer?
* Cálmese y siga tranquilamente con la rutina
* No pierda más tiempo lamentándose porque se le hizo tarde
* Entienda que la noción del tiempo de los niños es diferente a la de los adultos
* Muéstrele por qué hay que respetar el tiempo y enséñele a manejarlo
* Hágale ver qué significa dejar todo para última hora y las implicaciones que esto tiene
* No lo insulte ni le recuerde todas las veces que le ha advertido que esté listo a tiempo
* Identifique las causas de su retraso
* Deje que él mismo se organice, pero establezca una hora fija para salir.
Por lo pronto, ya vengo, iré a soñar conque un buen día de Dios, ya no tendré que estar, cada 3 minutos, diciendo: "apurate, te quedan 5 minutos para..."
#VidaDeMadres
#Solamente
sábado, 25 de junio de 2011
Jugar con las palabras.
Así que, aprovechando las vacaciones que ya empezaron, hemos dado inicio al juego de las palabras, el que podrán ver aquí:
martes, 21 de junio de 2011
MI PRIMERA VEZ
SI! ahora es como mi PRIMERA VEZ… y la primera vez no se olvida!
Mi primera vez.. tenía 15 años… era la celebración de mi cumple… me quede en casa de una gran amiga solo con compañeras de colegio, era la primera vez para todas dormir afuera de casa (bien planeado por cierto) jugamos, bebimos, bebimos y bebimos.. esa fue mi primera vez, me emborraché.
Casi había olvidado estas ocasiones:
Mi primera vez en la universidad, sin conocer a nadie y sentirme por primera vez sola, sin amigos.
La primera vez que me rompieron el corazón, ya estaba casada.. eso dolió.
La primera vez que tome una de las decisiones más grandes de mi vida: no volví a comer carne y nunca más a pensar de forma negativa.
Imposible olvidar:
La primera vez que le solté la bici sin rueditas al chele (mi hijo) y después de casi media cuadra que pensó que iba atrás de él, se cayó.. pero aprendió.
La primera vez que entre a una morgue de un hospital a reconocer a mi papi…aun me hace llorar.
La primera vez que me divorcié y después la primera vez que me casé por la iglesia (linda ella de blanco)
La primera vez que quede embarazada de una niña.
miércoles, 25 de mayo de 2011
Se llama Tato
Lo conocí en el bus del valle hace tres años, cuando se sentó a la par mía y me contó cómo sobrevive cada día para poder estudiar. Casi cumple los once años, pero parece tener ocho, estudia séptimo grado.
Cada mañana Tato se sube al bus. Toda la gente lo conoce, así es que cada día alguien le da algo, dinero para el bus, unas galletas, unas frutas, ropa. Y es que Tato viaja en dos buses para llegar hasta la escuela, se desayuna un café y si tiene suerte almuerza algo.
Me ha dicho, que le puede suceder cualquier cosa, pero que va a terminar la escuela, sueña con construir un edificio alto y si continua tan decidido como hasta ahora, creo que un día, cuando Yo ya sea viejita, voy a subir por el ascensor del edificio de Tato.
Se sube al bus, pensativo, si le das la oportunidad relata su historia como si estuviera contando una película, sigue de largo y mientras ve por la ventanilla, lleva una medio sonrisa pintada.
Al medio día sale de la escuela y se va para la ciudad, ahí pasa la tarde, hace las tareas y le ayuda a su abuela con la venta de bolsitas de agua y otras cositas, en la parada de buses.
Por la noche, Tato, la abuela y la hermanita de Tato, quien no ha tenido la suerte de ir a la escuela, se paran a la salida de Santa Tecla a pedir “ray” de regreso al valle, a veces lograron comer algo, a veces no, se nota en su cuerpo.
A pesar de lo tarde del regreso, Tato, debe ir a “jalar” el agua, para el día siguiente, para bañarse y que la abuela lave. A las once de la noche, cuando ya el sueño lo vence, prepara todo lo del día siguiente y duerme, imagino que es entonces cuando juega, tiene amigos y logra ser niño un rato.
Al día siguiente, la jornada empieza temprano otra vez para Tato. Y lo veo subirse al pequeño bus en que viajamos y si no se sienta conmigo, veo que alguien más, le extiende la mano, me bajo y Tato se va de largo, como se le va de largo la infancia.
Y Tato, al igual que muchos otros niños, no tiene mamá en este mundo, pero sé con certeza, que realmente nunca lo dejó, por lo que veo. Nada le sobra y casi todo le falta, menos la alegría de la vida.
Por este niño, su empeño, inocencia y alegría, decidí escribir hoy estas líneas en nombre de su madre, que en algún lugar, se debe sentir muy orgullosa.
miércoles, 11 de mayo de 2011
Confianza pura
Clarita me ve, como si hubiera descubierto al mayor de los tesoros. Abre los ojos, le brillan, me enseña sus encías desnudas, en las que aún no asoman los primeros dientes. Está quieta, en la cama, mientras yo me preparo para bañarla. Ella se deja ser, nada más, y cuando la tomo en brazos se ríe, de nuevo, como si algo trascendental estuviera pasando en su vida.
Va conmigo gradas abajo, no me despega la vista. La sumerjo en la bañera, con agua al tiempo —el clima no está para aguas tibias— y le siguen brillando los ojos mientras repito la ceremonia diaria de ponerle champú y jabón, y cantarle: ♪ Ven solecito, caliéntame un poquito…♪
A veces me siento abrumada por la confianza que mi bebé tiene en mí. Cuando está llorando por alguna causa, me busca, me da los brazos, y al tomarla, se calma. Ya sea que la esté bañando, o cambiando, o poniéndola en el asiento del carro, ella se deja ser, nada más, y me ve con una mirada mezcla de ternura y esperanza, con ese brillo, que me sobrecoge. ¿Cuál es tu esperanza, Clarita? ¿Por qué confías tanto en mí? ¿Por qué me regalas tanta dulzura, cada día, en las escasas horas que logramos compartir?
La semana pasada me dijo mamá. No logro describir lo que sentí en ese momento. Quizás aún no lo asimilo. Lo viví ya la primera vez con Adriana, pero eso no opacó la magia, la maravilla del momento.
Y me lo dijo con esa misma esperanza, esa alegría, esa confianza ciega y pura que me conmueve hasta los huesos, que me aterra llegar a traicionar, o no pagar como se debe.
Soy feliz, feliz, feliz día de la madre para mí.
lunes, 9 de mayo de 2011
EL DIA DE LA MADRE
domingo, 3 de abril de 2011
De la Equinacea y otras yerbas.
Una de las mejores cosas que pudo haber hecho mi suegra, además de tener a su hijo; es haberme presentado el fascinante mundo de las hierbas y sus propiedades curativas a través de este libro.
No se imaginan todas las bondades que tienen todas las hierbas, frutas y verduras que consumimos a diario. Por ejemplo: la mitad de un melón tiene la cantidad diaria necesaria de vitamina C, una cucharadita diaria de jugo de perejil ayuda a combatir las alergias. ¿Dolor de muelas? Enjuague con clavo de olor. Y así, las historias interminables.
Pero, de verdad, la que me cautivó y compró para siempre es la linda y milagrosa Equinacea. La Equinacea es un antibiótico natural que además sirve para subir las defensas, pueden leer más de esta planta que se parece mucho a la gerbera aquí. La cosa es así: usted debe tomar 1000 mm de vitamina C al día para alejarse de la molestosa gripe. Si a pesar de esto de repente le caen los síntomas, duplique la dosis de vitamina C, es decir 2000 mm y se toma un comprimido de Equinacea en la mañana y otro en la noche. Eso es lo que hago yo y creo que no me da gripe desde hace más de un año. La Equinacea no se toma todos los días, solo cuando lleguen los síntomas y tampoco sirve para quitarla cuando ya le ha dado.
Lo maravilloso es que la venden en dierentes presentaciones: en GNC las hay en botes de 300 comprimidos, de esas pastillas como plásticas que se abre y traen el polvo adentro; yo las abro y se las echo en la leche o jugos a mis hijos. Además venden otra presentación que es para niños que son unas ampolletas que se pueden vaciar igual en la leche o jugos. Además en Farmacia San Nicolás venden unos botecitos con gotas.
El mensaje de esta historia: uno no tiene que andarse drogando cada vez que le cae una enfermedad, yo odio eso y odio hacérselo a mis hijos; la medicina natural es una de las cosas más maravillosas que nos pudo haber pasado a las madres, aparte que es mucho más barato. ¡Ya basta de antibióticos carísimos y horribles! La mayoría de las veces yo llevo a mis hijos a donde un homeópata y hasta la fecha es lo mejor que pude haber hecho. Yo misma voy a una doctora de Medicina Biológica.
Todo natural, sin estar llenando el cuerpo de químicos espantosos que un día nos van a cobrar la cuenta.
Y bien, para finalizar, gracias a @olgarcher y su pregunta en Twitter acerca de la Equinacea se me ocurrió escribir esto.
jueves, 24 de marzo de 2011
Que seamos madres, trabajemos y etc.
Una va llegando a "una edad" peligrosa en la que la piel ya no es tan agradecida como a los 20 y no basta solo con lavarse la carita con agua y echarse en el cuerpo cualquier crema que le recomiende la amiga. Mucho más cuando resulta que "una" abusó del sol desde los 15 años, exponiéndose más de lo debido y utilizando sistemas de bronceado tan arcaicos como la cerveza.
Bueno, esa es historia aparte.
Resulta que mi dermatólogo, que es hombre, pero según me dijeron una eminencia en el país; me dio unos consejos bastante interesantes que quiero compartir con todas las mamás que nos leen; los hijos y esposos de las mamás para que les cuenten. Más o menos va así la cosa:
• En El Salvador todo mundo debería usar protector solar cuando va a estar expuesto por tiempo prolongado al sol, por lo menos en la cara.
• Resulta que si uno está bajo techo, pero en un lugar abierto, sin paredes; está expuesto al 70% de los rayos UV. Eso me dijo el Dr. y me dio susto.
• Hay que tomar mucha agua, obvio, para hidratar la piel.
• No bañarse con agua caliente, ni tibia (si es posible)
• Si tiene la piel muy seca no usar esponja ni "paste", le quita los aceites naturales a la piel.
• Usar jabón Dove (esto no es un anuncio, de verdad me lo dijo el Dr.)
• Usar crema humectante 2 veces al día (mañana y noche)
Y ahora el secreto de secretos para una piel más suave:
Después de bañarse, con la piel todavía mojada; ponerse aceite para bebé (el Johnson tiene uno con aloe) en brazos y piernas. Al secarse, en vez de "choyarse" la toalla (ja ja ja, no hallé cómo decirlo) se seca de una manera suave. Después usar su crema "as usual", no quisiera nombrar marcas (ya demasiadas nombré) pero ya sabemos cuáles son las mejores, ¿verdad? Les prometo que si hacen este ritual todos los días van a tener una piel suave, envidiable y ¡acariciable!
Y para finalizar: por favor, ¡protéjanse del sol!
domingo, 13 de marzo de 2011
Médicos 2.0 para niños 2.0
jueves, 24 de febrero de 2011
Hace 11 años
Antes de que cualquier prueba de laboratorio o chequeo médico me confirmara que ya estabas conmigo, yo te presentí. Te sentí impetuosa e inquieta dentro de mi útero adolescente. Te presentí amorosa y pícara, curiosa y hablantina.
La primera vez que te vi eras un pedacito de persona que apenas se movía. En ese tiempo las ultrasonografías eran remedos de imágenes en blanco y negro en los que había que adivinar las formas. El médico nos mostraba tu cabeza, tus manitas, tus piés, tu corazón, y yo no pude evitar llorar. Ya te amaba, pero al verte me enamoré irremediablemente.
Te gustaba jugar al fútbol aún antes de nacer. Recuerdo la piel de mi vientre ondeante, y tus piecitos recordándome que pronto saldrías, para caminar a mi lado. Todos los meses que estuviste dentro de mí me sentí acompañada y amada.
Yo, a mis 19 años e ignorante de todo, esperaba con ansiedad el día de tu nacimiento. Cuando comenzaste a dar señales de querer salir a conocer el mundo me di cuenta de que la vida no es como la pintan, y se puso a prueba mi autocontrol.
Me recuerdo corriendo a un teléfono público para avisarle a tu papá que ya venías, luego yendo al hospital solo para que, después de una semana de dolores, me mandaran de regreso para la casa. Recuerdo a tu abuelito Lilo y a tu tío Sergio saliendo entusiasmados pensando que te traía en brazos, y no aún dentro de la panza. Recuerdo a tu abuelita Clarita acompañándome de nuevo al hospital cuando ya los dolores no me dejaban dormir.
Recuerdo la angustia que sentí cuando me dijeron que era necesario que nacieras ya, y que ya que mi cuerpo no colaboraba, te abrirían camino a punta de bisturí. Recuerdo haber visto tu manita, en medio del mareo de la anestesia, y haberme esforzado en ver que tuvieras escrito mi nombre en el brazaletito que recién te ponían.
Después de que naciste, aquel mediodía del jueves 24 de febrero de 2000, te separaron de mí. Fueron horas eternas en las que, mientras recobraba el sentido, no me aguantaba por verte, por cargarte por primera vez. ¿Por qué no la traen? ¿Estará todo bien? ¿Qué voy a hacer cuando la tenga aquí conmigo? ¿Podré hacerla feliz?
Era de madrugada aún cuando una enfermera me despertó: “Señora, aquí le traigo a su niño”, al tiempo que ponía en mi cama un bultito rosado envuelto en una manta. Entonces vi los ojos más bellos del universo. Te vi, me viste, me sostuviste la mirada, y mi corazón se hinchó tanto que no sé cómo mi pecho no reventó.
Desde entonces has sido mi niña, mi tesorito, mi joya, mi pollito. Te he visto reír y llorar, hemos jugado y te he regañado. Hemos apostado a ver quién le da más besitos a la otra en un minuto. Te he enseñado a ser una mujercita y me has enseñado a ser mamá. Hemos corrido juntas, nos hemos caído juntas, me has visto equivocarme y me has perdonado, has sido la razón por la que, sin importar qué tan malo fuera mi día, he amado la vida. Por años has estado allí para recibirme con una sonrisa, sin reclamar el hecho de que te deje todo el día para ir a trabajar, y sin jamás escatimarme un “te amo, mami”.
Te veo, y ya no sos mi niña, sos toda una señorita. Tu cuerpo y tu mente cambian, pero tu amor está intacto. Veo tus ojos y sigo viendo a mi bebé. Me besas y sigo sintiendo la ternura de nuestros primeros años. Cada vez sos capaz de caminar más lejos por tu cuenta, sola, y comprendo que pronto serás toda una mujer, y me dan ganas de reír, y me dan ganas de llorar, y quiero ser la mejor mujer del mundo para servirte de ejemplo, quiero aprender toda lo que pueda para poder enseñarte, quiero vivir suficiente para no dejarte sola.
Gracias, mi Adri, por haber venido al mundo, por estar conmigo siempre y por tu amor incondicional. Gracias mi niña, por tu sonrisa, por tus chistes, por tus bromas, por tus reflexiones que a veces parecen de adulta, por contarme qué haces en tu día, por confiarme tus problemas y buscar en mí las soluciones.
jueves, 17 de febrero de 2011
La peor madre del mundo... no, del universo
Hoy me decía una amiga que debería de escribir en un blog mi experiencia como periodista y como madre. Pues en el blog ya escribo, pero esta misma combinación explosiva entre mi profesión y mi situación familiar me había mantenido en una vorágine implacable que me llevó a abandonar por un tiempo este espacio. Mea culpa y disculpas.
Hoy me siento como la peor madre del mundo, no, más bien, del universo. ¿Saben qué hice? Fui a dejar a mi bebé a la guardería —la mejor que pude encontrar, luego de un rosario de solicitudes de referencias a mis amigas, y las respectivas visitas frustrantes a una, tras otra, tras otra…—, como todos los días, con su maletita lista: pañales, frazadita, cambios de ropa, baberos, calcetines, las pachitas con agua, ajá, todo. Menos la leche.
Bueno, en realidad me refiero a la fórmula láctea en polvo con la que las madres que trabajamos sustituimos la lecha materna —“el mejor alimento para el lactante”, según dice en letras chiquitas en la misma lata, como un aguijoncito que nos termina de apuñalar el corazón—.
Justo cuando comenzaba a respirar tranquila porque ya había cumplido mi tercer gran deber del día, léase dejar a la niña en la guardería (en otra entrada les compartiré cuáles son las primera y la segunda… y la tercera, la cuarta, la quinta…), una llamada a mi celular me cayó como patada en la cara: “señora, me dice la enfermera que no le trajo la lechita a la niña”, y al fondo, se escuchaba el inconfundible llanto de mi bebé, de mi Clarita, que a sus casi cuatro meses de edad pasa la mayor parte del tiempo con extrañas (extrañas para mí, ella ya las conoce, y las saluda con una sonrisa cuando las ve).
Las que sean madres se imaginarán la combinación de angustia, culpa y cólera que me invadió. Cólera contra mi misma, angustia por mi bebé, culpa por no poder ser más eficiente, por no poder hacer abundar más el tiempo, por no haber revisado dos veces la maletita, por no poder ser mamá de tiempo completo ahora que mi hijita me necesita tanto.
El plan mental para resolver el problema era simple: pasar a la farmacia que queda cerca de la guardería, comprar la fórmula e írsela a dejar. En esas estaba cuando apareció Murphy. En la farmacia no tienen la marca de fórmula que toma mi hija, que además debe ser libre de lactosa para evitarle los cóligos. Corro al mostrador, pregunto si tienen esta fórmula, me dicen que no, me regreso a la góndola, veo otra marca que dice ser libre de lactosa, vuelvo al mostrador, y mientras la pago, le pido a Dios que no le vaya a caer mal. Regreso al carro, manejo como autómata hasta la guardería, me bajo y corro dentro, las encargadas me reciben y les doy la fórmula, no las veo, no las oigo, solo busco con la mirada a mi bebé, la ubico y la encuentro con los ojitos hinchados de llorar, ya calmada porque las enfermeras la han estado arrullando, el corazón se me encoje, la quiero cargar, quiero darle el pecho, pero es tardísimo y debo volver a la oficina. Una de las enfermeras le prepara la fórmula y otra se sienta con ella en una mecedora y le da de comer. Veo que hace un gesto de disgusto al probar la leche y se me sale una lágrima. Tras la insistencia de la enfermera, mi Clarita finalmente agarra el biberón y empieza a comer. Me ve, se distrae y suelta el biberón, es mejor que me vaya, lo sé, pero no quiero, pero igual lo hago.
De ese momento, al minuto que llego a la oficina, no recuerdo mucho, a estas alturas se ha ido ya la angustia, y solo me queda la culpa. La culpa sigue aquí conmigo y no logro sacudírmela. Es mi compañía más recurrente desde que, hace 11 años, comenzó este binomio difícil de conciliar entre mi gran pasión, el periodismo, y mis grandes amores, mis hijas.
Amo lo que hago, pero amo más a mis hijas. Debo trabajar para que a ellas no les falte nada, pero con mi horario les termino faltando yo. Tengo una rutina, una lista de pendientes, una agenda semanal y otra mensual, todo lo que los libros de crianza de niños para madres que trabajan te recomiendan. Aún así no logro ser infalible, y en la maternidad los errores se pagan muy caros.
Son las 10 de la mañana y el día es aún joven. Me falta mucho por hacer, superar el corre-corre de la hora del almuerzo y asumir el papel de ama de casa cuando llegue por fin al hogar, a una hora indeterminada e impredecible, y rogarle a Dios que esta vez sí haga las cosas bien, para que talvez, y solo talvez, mañana pueda ser una mejor mamá.
domingo, 13 de febrero de 2011
Fiesta bailable
La vida es de otro modo.
Ahora nuestros hijos tienen acceso a un montón de cosas, están llenos de información, el internet les ha abierto las perspectivas y su mundo es más amplio.
Uno no se da cuenta y los hace bien "tiernos" e inocentes. Mi chiquito de 8 años vino ayer en la mañana y me dice que va a haber una fiesta en la colonia, "una fiesta bailable", me dice; y que él quiere ir. Es organizada por el comité de la colonia y la hacen en el área de parque, con mesas a la orilla de la piscina y disco móvil en un lugar cerrado. El asunto es que el peque me insiste, que vale cinco dólares con cena y tres dólares solo el baile, que él quiere ir a las dos cosas, que va a ir con sus amigos de la colonia. Lo que me llama mucho la atención es que repite "fiesta bailable" varias veces, muchas veces, y a mí me da risa, porque pienso que no entiende el concepto o que a saber qué se imagina de una fiesta bailable o sí entiende y quiere ir a ver a la gente bailar.
A las cinco de la tarde se baña, se perfuma, se pone ropa linda, me pide los cinco dólares para la fiesta y se va en patineta con los amigos.
A las ocho y medio considero que ya es suficiente tiempo para que haya andado rondineando la fiesta, viendo a la gente que baila... A las niñas, qué sé yo. Me imagino que anda por allí dando vueltas con los otros niños, aburridos. Llego al lugar comienzo a dar vueltas para encontrar al bichito. Piscina, no. Parque, nada. Canchas, no. Lo busco en la pista de baile, tal vez anda "ispiando" a los bailantes. Solo hay un montón de niños bailando. Un montón de niños bailando y cuando veo detenidamente, el mío está en el centro, todo un experto, con unos pasos y una destreza que nunca me imaginé, se tira al piso y da unas vueltas sobre la espalda, al estilo breakdance. Un experto. Me escondo detrás de la pared para que no me vea, para que no le dé pena. Sigue bailando y me siento tan tonta.