jueves, 25 de agosto de 2011

Madre busca talentos.

Post con moraleja.

Miren, cuando uno tiene hijos se emociona, cree -de una manera cursi y fantástica- que va a realizar los sueños frustrados con ellos. Eso pensó mi mamá también conmigo, supongo, y durante tres años consecutivos me mandó religiosamente -con alguno de mis hermanos mayores- al ballet. Yo lo odiaba, principalmente por el viaje en bus a plena una de la tarde. Hacía calor, me dormía, siempre llegaban tarde a traerme, tenía problemas para socializar con otras niñas, etc, etc. En tercer año, cansada ya de todas las inclemencias de mi experiencia, se me ocurrió un plan fantástico: hice algo mal en un examen -sí hay exámenes- y en menos de lo que la Margarita dijo "plié" yo estaba de regreso en mi casa, desperdiciando infructuosamente mis tardes como cualquier niña de nueve años. Ya en la adolescencia, en pleno uso de mi libre albedrío, regresé por decisión propia a la Escuela de Danza. Pero bueno, esa es otra historia.

La historia que quiero contar se trata de todos los intentos frustrados -más frustrados para los padres que para los hijos- de convertir a los pequeños en mini extensiones de lo que por tiempo, dinero, falta de interés; nosotros no pudimos ser. Y allí está que, empezando por la mayor que ahora tiene 15 años, mis hijos han practicado: gimnasia olímpica, natación, tenis, tae kwondo, espada coreana, piano, guitarra, coro, dibujo y algunas otras disciplinas. La mayor es la que ha corrido con la mejor "suerte", porque -obviamente- fue la víctima de todos mis experimentos: antes de los tres años ya estaba en el Tembag, era todavía un bebé, pero a mí me encantaba verla con su leotardo tres veces a la semana. Ella se quejaba que no le gustaba, yo, en el fondo de mi corazón esperaba que algún día le llegara a gustar. Hasta que un día fui invitada a una clase y me di cuenta de que mi bebé pasaba toda la clase corriendo y jugando de un lado a otro, no hacía los ejercicios, no ponía atención: no le interesaba.

Después, alentada por el maestro de música de la escuela, quien me aseguró que la bichita tiene aptitud innata para la música; empezaron las clases de piano, a las cuales se sumó el segundo. Y resulta que al mismo tiempo decidí que debían ser nadadores olímpicos y los metí a natación. Para hacer corta la historia: llegaron hasta competencias entre clubes. Lo mismo pasó con el tenis. Y así... Historias. Pero nada duraba más de 6 meses, porque resulta que la del interés era yo, no ellos. El chiquito corrió con mejor suerte, porque para cuando él tenía la edad apropiada para todas mis locuras, yo ya me había cansado de los experimentos con los otros dos.

Ahora, el punto de este post debía llevar a demostrar que por más que uno intente y torture a los hijos con clases de cualquier cosa que se nos pueda ocurrir y horarios que hasta uno mismo odia, llega una edad en que algo milagroso sucede: ellos encuentran qué es lo que les gusta, deciden por sus propias aficiones e inclinaciones. Allí está que la mayor pidió una guitarra y con gran éxito está aprendiendo a tocarla. Movida quizás por el entusiasmo, ha pedido regresar a las clases de piano. El de en medio quiere aprender a ilustrar y el chiquito quiere un violín como regalo de cumpleaños, porque ya habló con la profesora de música de la escuela -sí, el solo arregló todo-.

Moraleja de esta historia: no se estrese, no gaste su tiempo ni dinero ni exponga a sus hijos a horarios extra curriculares casi inhumanos; en algún momento de su vida ellos van a encontrar su propio camino.

4 comentarios:

  1. No soy madre, pero soy tía... mi pequeño sobrino tiene 4 quisiera que fuera el mejor escritor de la historia, que aprenda a pintar y aprecie la música clásica y que guste buen cine... y... y... y... y entonces me acuerdo de mi infancia aburrida, con laaaargas tardes dedicadas a batearme laaaaargas tareas de un colegio inhumano y/o cuidando a mis hermanas, fue hasta que llegue a tercer año de bachillerato.... si... u_u tarde me agarró, tuve mi primer encuentro directo con el arte y de ahí para acá nada ha sido igual.

    Regresando a mi querido Sebastian... espero que en algún momento de su vida, no importa que sea tarde o temprano encuentre eso que le apasione, que le llene el alma de luz, que llene su corazón de emoción... no importa que no sea lo que a mi me causa el mismo efecto, supongo que si optara por el origami o por las matemáticas, igual lo comprendería porque al final lo que importa es la pasión.

    Saludos madres...

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  2. Yo sí estoy medio frustrada, porque sé que mi hijo quisiera ir a muchas cosas diferentes al colegio, especialmente deportes, pero no va porque no hay quien lo lleve y lo traiga.

    Unas vacaciones sí, lo metimos a dibujo y pintura e iba como obligado, nosotros éramos los emocionados, luego lo llevamos a natación y también, fruncido. El año siguiente él decidió ir a futbol y lo disfrutó mucho.

    Lástima que no haya muchas opciones sábado por la mañana, porque sé que le gustaría tennis o karate.

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  3. KR: bien dicho, al final lo que importa es la pasión. Así es!

    Clau: Allí en las canchas que están enfrente de la pirámide Cuscatlán (ahora Citi) dan clases de tenis los sábados. Lo sé, porque mis hijos allí iban. Te voy a averiguar.

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  4. Aun no tengo la dicha de ser madre; tal y como lo dice, llega el momento en el que los niños deciden que les gustaría ser. Creo que se debe tratar darles una guía, para que ese interés de aprender no sea tardío; digo esto ya que esta comprobado que para los niños es mucho más fácil aprender. La madre de una amiga de mi esposo un día nos dijo que todo padre debe preocuparse porque su hijo aprenda a tocar un instrumento, practique un deporte, aprenda un oficio y estudien una carrera universitaria. Creo que suena coherente. Saluditos.

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