martes, 30 de agosto de 2011

Nuevas formas de amar

Cuando pequeñas, nos representaban el amor de familia y a la madre ideal en estampas que retrataban a señoras con delantal, cabellos, ropa y uñas impecables, y sonrisas inamovibles, que servían suculentos platos de comida a sus igualmente-siempre-sonrientes familias.

Muchas de nosotras de hecho alcanzamos a vivir en hogares en los que nuestras madres se esforzaban por dedicarse a sus hijos, y que combinaban pequeños negocios domésticos con la crianza y el cuidado de sus familias.

Después de convertirme en madre, primero de una, y ahora de dos mujercitas, me ha tocado darme en la frente con esa imagen idealizada de la madre perfecta. Mis hijas rara vez me ven en delantal, yo cocino con la ropa de oficina puesta, en tacones y, muchas veces, con el celular entre la oreja y el hombro. Me ven poco, casi siempre a prisa, me ven escuchando las noticias o leyendo el periódico, me ven corriendo de un lado a otro o manejando, me ven otras veces cansada, otras veces estresada.

Pero, como la gran mayoría de madres, yo las amo sobre cualquier otra cosa en este mundo. Y ese corre-corre es una de las formas en las que trato de demostrárselos. Son formas diferentes de amor, poco tradicionales, poco ortodoxas, diferentes para cada madre de nuestros tiempos, pero forma de amor al final.

Es igual amor el de alguien que reconoce que no puede cocinar, pero se rebusca por encontrar a alguien que le ayude con eso, o que paga para que a sus niños no les falte un buen almuerzo.

Igual amor es el de quien a la mejor no tuvo oportunidad de prepararse mucho académicamente, pero ahorra para comprarle a sus niños libros o una computadora, o lo acompaña a un ciber café para buscar juntos la información.

Igual amor es el de quien se traga la vergüenza o los prejuicios con los que a muchas nos criaron, y se esfuerza por hablar claro de sexualidad con sus niños…

Antes me frustraba y solía ver con envidia a las madres de tiempo completo. Ahora creo que cada quién hace lo que puede, de la mejor manera, con lo que tiene. Hablando con otras mamás del colegio descubrí que ellas me envidiaban a su manera también. En fin, ¿qué nos queda? Tratar de que no les falte nada a nuestros niños, intentar enseñarles con el ejemplo, darles todo el amor que podamos y procurar que el tiempo que pasamos con ellos, sea mucho, sea poco, sea de la mejor calidad posible.

No nos cerremos ni le tengamos miedo a estas nuevas formas de amor. Amor es amor, a final de cuentas.

jueves, 25 de agosto de 2011

Madre busca talentos.

Post con moraleja.

Miren, cuando uno tiene hijos se emociona, cree -de una manera cursi y fantástica- que va a realizar los sueños frustrados con ellos. Eso pensó mi mamá también conmigo, supongo, y durante tres años consecutivos me mandó religiosamente -con alguno de mis hermanos mayores- al ballet. Yo lo odiaba, principalmente por el viaje en bus a plena una de la tarde. Hacía calor, me dormía, siempre llegaban tarde a traerme, tenía problemas para socializar con otras niñas, etc, etc. En tercer año, cansada ya de todas las inclemencias de mi experiencia, se me ocurrió un plan fantástico: hice algo mal en un examen -sí hay exámenes- y en menos de lo que la Margarita dijo "plié" yo estaba de regreso en mi casa, desperdiciando infructuosamente mis tardes como cualquier niña de nueve años. Ya en la adolescencia, en pleno uso de mi libre albedrío, regresé por decisión propia a la Escuela de Danza. Pero bueno, esa es otra historia.

La historia que quiero contar se trata de todos los intentos frustrados -más frustrados para los padres que para los hijos- de convertir a los pequeños en mini extensiones de lo que por tiempo, dinero, falta de interés; nosotros no pudimos ser. Y allí está que, empezando por la mayor que ahora tiene 15 años, mis hijos han practicado: gimnasia olímpica, natación, tenis, tae kwondo, espada coreana, piano, guitarra, coro, dibujo y algunas otras disciplinas. La mayor es la que ha corrido con la mejor "suerte", porque -obviamente- fue la víctima de todos mis experimentos: antes de los tres años ya estaba en el Tembag, era todavía un bebé, pero a mí me encantaba verla con su leotardo tres veces a la semana. Ella se quejaba que no le gustaba, yo, en el fondo de mi corazón esperaba que algún día le llegara a gustar. Hasta que un día fui invitada a una clase y me di cuenta de que mi bebé pasaba toda la clase corriendo y jugando de un lado a otro, no hacía los ejercicios, no ponía atención: no le interesaba.

Después, alentada por el maestro de música de la escuela, quien me aseguró que la bichita tiene aptitud innata para la música; empezaron las clases de piano, a las cuales se sumó el segundo. Y resulta que al mismo tiempo decidí que debían ser nadadores olímpicos y los metí a natación. Para hacer corta la historia: llegaron hasta competencias entre clubes. Lo mismo pasó con el tenis. Y así... Historias. Pero nada duraba más de 6 meses, porque resulta que la del interés era yo, no ellos. El chiquito corrió con mejor suerte, porque para cuando él tenía la edad apropiada para todas mis locuras, yo ya me había cansado de los experimentos con los otros dos.

Ahora, el punto de este post debía llevar a demostrar que por más que uno intente y torture a los hijos con clases de cualquier cosa que se nos pueda ocurrir y horarios que hasta uno mismo odia, llega una edad en que algo milagroso sucede: ellos encuentran qué es lo que les gusta, deciden por sus propias aficiones e inclinaciones. Allí está que la mayor pidió una guitarra y con gran éxito está aprendiendo a tocarla. Movida quizás por el entusiasmo, ha pedido regresar a las clases de piano. El de en medio quiere aprender a ilustrar y el chiquito quiere un violín como regalo de cumpleaños, porque ya habló con la profesora de música de la escuela -sí, el solo arregló todo-.

Moraleja de esta historia: no se estrese, no gaste su tiempo ni dinero ni exponga a sus hijos a horarios extra curriculares casi inhumanos; en algún momento de su vida ellos van a encontrar su propio camino.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Disciplinar con inteligencia emocional

En la eterna búsqueda por hacer lo mejor para y por los hijos, estoy leyendo algunos libros bastante interesantes.

Uno de ellos es "Disciplinar con Inteligencia Emocional", el cual contiene técnicas para enseñar hábitos y valores en los niños.

He encontrado datos muy valiosos y experiencias aplicables.

Una que me ha gustado y quiero compartir, porque imagino que les sucede si no a todos, al menos a un buen porcentaje de los padres, es qué hacer cuando los niños se tardan para salir de casa, digamos rumbo al colegio.

El libro nos da tips para reaccionar ante la situación de - a la gran, ya nos agarró la tarde - y lo más probable es que la frase vaya acompañada de : "otra vez".

¿Qué podemos hacer?

* Cálmese y siga tranquilamente con la rutina
* No pierda más tiempo lamentándose porque se le hizo tarde
* Entienda que la noción del tiempo de los niños es diferente a la de los adultos
* Muéstrele por qué hay que respetar el tiempo y enséñele a manejarlo
* Hágale ver qué significa dejar todo para última hora y las implicaciones que esto tiene
* No lo insulte ni le recuerde todas las veces que le ha advertido que esté listo a tiempo
* Identifique las causas de su retraso
* Deje que él mismo se organice, pero establezca una hora fija para salir.

Por lo pronto, ya vengo, iré a soñar conque un buen día de Dios, ya no tendré que estar, cada 3 minutos, diciendo: "apurate, te quedan 5 minutos para..."

#VidaDeMadres
#Solamente