miércoles, 27 de marzo de 2013

Bebejamín.

No le gusta que le siga llamando así. Se enoja, me deja de hablar, porque dice que ya está grande. Probablemente se enoje conmigo cuando vea el título de este post. Luego me va a mirar bien serio y me va a preguntar mil veces si estoy enojada. Le voy a decir que no y va a comenzar con una serie de palabras rebuscadas ¿estresada? ¿angustiada? ¿agotada? Enojada, otra vez. Le voy a decir que no estoy enojada, pero que si me sigue preguntando sí lo voy a estar. Y entonces va a sonreír. Él tiene el poder de sonreír con la mirada y hacerme feliz con solo eso.

Siempre he dicho que es un niño viejito que ocupaba palabras como >obviamente< cuando ni siquiera la podía pronunciar y que juega a hacer operaciones matemáticas en su mente cuando está aburrido, pero le da miedo la oscuridad. Sus conversaciones son maravillosas y entretenidas, te puede hablar desde cómo se formó el Cañón del Colorado hasta teorías inventadas de las características de cada hijo según su posición de nacimiento, pasando por que la luna es de tofu con galletas y un completo tratado de cómo ver las nubes en la noche lo hace sentirse libre. Él es así. Una maravilla que no para de hablar nunca. Una maravilla que me sorprende cada día y con cada ocurrencia. Le pregunto que de dónde sabe tanta cosa y me dice que "toda su información la saca de YouTube". Él es así, puede pasar de los temas serios y "filosóficos" a llorar a lágrima suelta porque desapareció su gata o porque "es el NADA en la casa."

Ayer, mientras regresábamos del mar por la Carretera del Litoral (la de los túneles), siendo testigos de un atardecer extraordinario; me dijo que El Salvador debería ser un gran museo, porque está lleno de cosas bien lindas. Que a los 10 años se sepa emocionar por un atardecer y el olor de la caña en el campo, me emociona a mí también. "Vos, de seguro, vas a ser escritor", le dije. "Voy a ser escritor y pintor, me dijo, porque también me gusta pintar." Y me enseñó una piedra que traía del mar, una de esas redondas, me dijo que iba a pintar el ojo de la Ágata (nuestra gata) en la piedra. Y así lo hizo.

Él me espera todas las noches después del trabajo. Me llama por teléfono si me tardo mucho. Se sigue apapachando conmigo mientras vemos videos de Vivaldi o Beethoven, o le canto una canción de las Bangles. Me sigue a todas partes cuando estoy en la casa. Me mira con ojos de enamoradito. Y yo lo miro de regreso con la única mirada que tengo para él... La mirada de una mamá que ama demasiado.

miércoles, 20 de marzo de 2013

Romper el vínculo


Amamantar a un bebé es un vínculo físico-emocional fuerte, imposible de describir con palabras.

Hacerlo diariamente por dos años, aunque la frecuencia haya ido disminuyendo con el paso del tiempo, es aun más sólido, difícil de romper.

Dado el problema logístico que tuve para la lactancia en mi primer parto, en el que sufrí de mastitis 4 veces, agrietamientos, sangre, dolor y un gran trauma, quería que esta vez fuera diferente, vivir la experiencia de forma alegre, como se suponía que debe ser.

Y así fue.

Gaby parece haber nacido “corregida y aumentada” como dicen, porque para cada cosa que sentimos que podría ser problemático, siempre “le llega su tiempo” y ya, el cambio/evolución está ahí sin menor esfuerzo.
Durante las primeras 12 semanas que estuve con ella en casa mi rutina era pecho durante el dia y fórmula en la noche. Eso permitió que mi piel se recuperara y no tuve tantos problemas de agrietamiento. Eso y que mi doctora particular sí sabía, no como la anterior, y me recomendó una crema de manzanilla desde el inicio. Aun así a sus 12 dias la princesa se hizo vampiro y se enfermó de la pancita porque ingirió piel y agregados.
Me quité la pena de hacerlo en público y era una gran cosa poder, en cualquier lugar, si la nena quería comer hacerlo sin preocuparme de no haber llevado una pacha para preparar.

Cuando regresé a trabajar continué temparno en la mañana, mediodia y para dormir por 3 meses, que luego se extendieron a 5. Para entonces la nena tenía 8 meses.

Quitamos la del mediodia porque ya no podía ir a la casa y mantuvimos mañana y noche. Y claro, los fines de semana todo lo que quisiera.

Mientras más crecía, más lindo se volvía ver sus ojos mirándome, sus manitas tocándome y sentirla dormirse en mis brazos. Estaba más consciente de lo que hacía y lo disfrutaba. Cuando empezó a hablar, “leshe” fue de sus primeras palabras y lo distinguía de “pacha”.

Cambiamos horarios y la toma de la mañana desapareció al primer año.
Quedaron solo las noches. Un rito diario, dormirse tomando pecho.

Me empezaron a decir que ya, que era suficiente, que no debía darle más porque ya no tenía valor nutritivo y había que “desapegarla”.

Más o menos en octubre del año pasado se presentó la situación de que yo debía tomar medicamentos por un largo plazo, medicamentos que se transmitían por la leche y le harían mal. Era una de dos: dejar de darle pecho a los 19 meses o no tomar los medicamentos. Elegí lo segundo. Al fin de cuentas, no era una situación de vida o muerte y encima había sido causada por factores externos. Era más lógico eliminar esos factores externos que privar a mi pequeña de su momento favorito.

En mi mente siempre estuvo desde su nacimento, la meta de los 2 años. Lactancia extendida le llaman.
Pero cada día que pasaba, ella exigía con más fuerza su “leshe” y no sabía cómo hacer para quitársela sin trauma.

En febrero tuve otra cita, de esas que el ISSS te da a los meses. Insistieron en que necesitaba los medicamentos y la Dra, mujer al fin, me dio un plazo para que terminara con la lactancia. Me dejó nueva cita para abril. “2 meses tiene que ser suficiente, hasta demasiado quizá, pero tiene que hacerlo en ese plazo” me dijo.

El 1 de marzo Gaby cumplió dos años.

Me llegó la noche y pidió leche. Con todo el dolor de mi corazón, le dije “no hay, se acabó” Me jalaba la blusa, como diciendo “si ahí está”. Pasó casi una hora, entre llanto e inquietud, para que se quedara dormida sin el pecho.

Cada dia hice lo mismo, diciéndole que ya se había acabado. Tenía miedo de que llorara cada noche, no sabía si yo lo iba a poder soportar e iba a ceder.

Mágicamente, un dia dejó de pedirlo, abrazó su almohada, me abrazó a mí y se durmió.
El dia siguiente repitió el proceso, en lugar de pedir leche, me abrazó para quedarse dormida.
Van 20 dias desde entonces y no ha vuelto a pedir.

Ella es simplemente perfecta. Hace todo a su tiempo.

Vaya, me quedé sin excusa para la tal cerveza/vino/soda  #Plop

PD: se rompió la dependencia de la leche, pero no ha dejado de salir corriendo a abrazarse a mi pierna cada vez que vuelvo a casa. Quizá sí sea cierto que la lactancia forma vínculos irrompibles a largo plazo.

martes, 19 de marzo de 2013

El nido vacío… al revés



 ¿Han escuchado del síndrome del nido vacío? Es algo que padecen los padres cuando sus hijos mayores dejan el hogar, se quedan solos en sus casas con demasiado espacio, demasiadas rutinas por cambiar, demasiados recuerdos… Creo que eso es lo que tengo, pero al revés. La que se fue es mi mami, mi Clarita, mi Lala, mi Tita… mi abuela materna que en realidad es mi madre de crianza. Esa mujer que me tomó como suya y ha estado conmigo cuando todos los demás, incluyendo a mis padres biológicos y otras figuras paternas, fueron saliendo una a una de mi vida.

Estuvo conmigo mientras crecía, mientras trataba de aprenderme las cabeceras de los municipios y las capitales del mundo. Me contaba historias maravillosas sobre el cadejo, las burletas y cómo un Padre Nuestro es el antídoto universal contra el miedo. Me llevaba con sus relatos a su natal Utalco, desde donde, sentadas en un cerro, ella y sus hermanas veían el espectáculo del Izalco en llamas.

También fue quien me enseñó las tablas de la multiplicación y me dio claves de cómo saber cuando una palabra iba o no tildada. Sabía cocinar, coser, jugar, reír, cargar niños, hacer horchata tostando semillas de morro, aliñar gallinas, palmear pupusas y tortillas. De ella aprendí tanto, que creo que le doy gracias a la vida por habérmela puesto como madre, a pesar de todas las dificultades que eso conllevó.

La recuerdo apoyándome siempre, siempre, aún cuando las maestras se quejaban de mi mala costumbre de platicar en clase, o de las vecinas que le decían que yo ya estaba “grande” y era preocupante que no me había entrado la “malicia”. También estuvo conmigo cuando muchos otros me dieron la espalda, con 18 años y una niña en mi panza. Me enseñó a ser mamá, a cuidar a mi bebé, a quererla y a no echarla a perder, a pesar de que mi corazón de madre adolescente me inclinaba a darle todo lo que podía, todo lo que yo no pude tener.

Ella siempre contó, orgullosa, que conmigo no había pasado esa etapa que sí atravesó con otros de sus hijos –propios y de crianza–, cuando la adolescencia los vuelve huraños y no tan dados a la compañía de la madre. Nosotras éramos unidas, demasiado unidas.

 Con 30 años y dos hijas, mi mamá seguía siendo uno de mis pilares. Me acompañó durante el doloroso proceso de mi separación, de nuevo, a pesar de que mucha gente decidió salir de mi vida, apartarse, criticarme. Ella, a sus casi 80 años, me infundió valor y fuerzas para continuar.

 Ahora ya no está conmigo, hace un mes exacto se fue a vivir a Estados Unidos, donde está la mayoría de sus hijos. Un mes me ha parecido un siglo. Aún paro y pienso durante el día “le voy a contar esto a mi mamá al llegar a casa”, o “la voy a traer a mi mami a comer acá, le va a gustar”.

Aún no me acostumbro. Me atrevo a escribir estas líneas porque estoy segura de que ella no las leerá, porque cuando hablamos por teléfono finjo que estoy bien, le cuento cómo va la vida con falsa alegría, le digo que no se preocupe. Las noches son especialmente duras, era la hora en la que nos echábamos el mutuo resumen de cómo había estado nuestro día.

 Ya sé que no soy la única que tiene a su mamá lejos, y que muchos me dirán que tengo la dicha de que ella, aunque en otro país, aún esté viva, y es cierto. Pero también es auténtico este dolor, este vacío que me ha dejado, y como en este blog hablamos de madres e hijos, me tomé el espacio para desahogarme, por primera vez, desde que supe que mi mamá se iría. Hoy veo mi nido vacío y me doy permiso de llorar.

Lagrimones publicitarios

De vez en cuándo los publicistas logran tocar esa vena íntima de la maternidad, a un nivel jevi metal guarrior. Yo lloré, acá les dejo la pieza: "Madre soltera"