domingo, 7 de septiembre de 2014

Querido tú de dieciséis años:

Cuando tengás apenas un año y medio, tu abuelo, quien habrá de morir una semana después de ese día, te va a "chinear" y levantando uno de tus pequeños brazos al cielo dirá "este niño va a ser un triunfador".

Quince años después, voy a entender que el triunfo no es lo que todos imaginamos, ni siquiera lo que tu abuelo quiso imaginar, ni siquiera lo que yo pensé que sería cuando, después de algunos minutos de nacido, el pediatra te puso sobre mi pecho y al oír mi voz, dejaste de llorar. Porque vos, con tu carácter pausado y silencioso, con tu carita de que siempre tenés todo bajo control; nos vas a dar otras lecciones en la vida. En la vida tuya, pues.

Porque vas a llegar a este mundo y aunque en los primeros días nos vas a tener casi una vez al mes en el hospital por bronquitis recurrente, alergias y un montón de enfermedades que nunca vamos a entender; desde siempre va a parecer como que tenés bien claro qué es lo que querés. Vas a ser ese bebé que podrá pasar horas y horas sentado jugando con solo unos tuppers de ela cocina y varios frijoles crudos... A los tres años, una noche te voy a encontrar "hablando con jesucito", pidiéndole un hermano al que, insistentemente, vos querrás llamar Tarzán López. Y meses después, tendrás a tu hermanito, que no se va a llamar Tarzán López, pero va a estar allí, porque vos lo pediste.

Vas a crecer. Vas a crecer un tanto en silencio, sin pedir mucho, sin exigir mucho, esperando cuando sea necesario, clavándote en la cosas; no importando si te dan las doce o la una de la noche para que las cosas sean cómo vos querés... Y siempre lo vas a lograr. Siempre las cosas van a ser cómo vos querés y de alguna manera, como dirá la "Tía Cecy" en un momento de tus siete años, "el problema es que siempre te tratamos como que fueras más grande". Y así va a ser, siempre vas parecer mayor. Siempre va a parecer como si nada es difícil para vos, como si nada te costara, como si hubiera un hada madrina siempre a la par tuya moviendo la varita para que todo salga como debe ser.

Vas a crecer y no me habré dado cuenta.

En un abrir de ojos estarás leyendo tantos libros que te voy a tachar de adicto y vos, con ese tu modito pausado y analítico, me vas a preguntar que si prefiero que seas adicto a los libros o al alcohol y las drogas. Vas a crecer tanto que a veces voy a sentir que te estoy perdiendo entre los días y las horas y los minutos en que tu vida es tan centrada, medida y organizada... Pero vas a volver algunas noches y días a contarme de todo lo que leés, a recomendarme películas que me harán llorar, a preguntarme por Van Gogh y el impresionismo, o solo a hablarme, a estar cerca, a seguir siendo mi bebé por siempre, el que no se avergüenza de que le dé abrazos y besos en público, el que escribe discursos para ceremonias de la escuela, el que participa y organiza eventos benéficos, el que planea hacer una campaña para comprar libros que a todos los niños les interese leer en la biblioteca de la escuela...

De repente vas a crecer y no me habré dado cuenta, porque siempre fuiste serio y formal y grande y con ideas bien claras y definidas y te voy a admirar por eso, porque sos todo lo contrario a tu madre, y te voy a amar así, cada día de tu vida, cada logro grande y pequeño...

Y te voy a amar y admirar por todo eso. Pero sobre todo, y simplemente. porque sos mi hijo.
Un pedazo de sonrisa que me fue regalada hace exactamente dieciséis años.