jueves, 12 de diciembre de 2013

Prueba no superada

Pues miren, que un día, un viernes, uno está allí en el hospital con la panza rajada, en medio de gente que ni conoce, con el consorte haciendo un video que se enfoca más en tu cara pálida y labios rojos que las enfermeras te dijeron que estaba bien si te los dejabas así, ajá, para que en el video fuera lo único que destacara en medio de toda esa palidez; sí, en eso estás cuando se oye, rompiendo todo aquel silencio, el primer llanto de tu hija. Tu primera hija. El mundo cambia para siempre.

El mundo cambia, la vida cambia todos los días... Y no voy aquí a hacer un recuento de los más de 18 años que llevo al lado de esa criatura, que sí, sigue siento una criatura; ni a enumerar todo lo que he aprendido a su lado, ni los recuerdos de sus cumpleaños, ni sus logros, ni voy a recordar que cuando se desenreda el pelo tiene color y olor de miel... No, voy a hacer un recuento de sus actos navideños, porque, ajá, la vida está llena de esos momentos y porque por más actos navideños, clausuras y días de las madres he pasado, nunca logré superar la prueba: siempre me emocioné como la primera (y eso que a estas alturas tengo tres hijos, de más de diez años los tres y que, ajá, ya no causan tanta gracia como cuando eran bebés o nenes de primaria). Nunca pude superarlo, porque cuando uno ve allí a su niña, subida en el escenario, aunque esté cantando la misma canción navideña de siempre, para uno es la más linda, la que canta mejor, la que vocaliza mejor... Y en ese momento no existe nada más en el mundo.

Y sucedió que ayer, once de diciembre de dos mil trece, esa pequeña que nacía hace más de dieciocho años, participó en su último acto navideño en toda su historia escolar. Sí, en junio se gradúa de bachillerato, y aunque, con su modito suave me dijo que no era necesario que fuera si no podía, manejé 35 kilómetros, atravesé tres congestionamientos de tránsito y bajé a todos los santos del cielo para que me permitieran estar a tiempo en el acto. Sí, Murphy suele hacer de las suyas en momentos tan importantes y memorables como ese. Parecía que El Salvador se había puesto en mi contra para no llegar a tiempo. Me costó más de una hora realizar un trayecto que normalmente me toma 25 minutos, pero allí estaba, exactamente a tiempo para ver la participación de mi hija, la última de su vida escolar. No me pregunten qué canción cantó, porque solo sé que estaba allí sentada con su camisa blanca, como quince años atrás vestida de ovejita en una pastorela y entendí que la vida ha pasado y que hemos vivido tanto y a pesar  de todo ella sigue siendo esa ovejita, la misma pequeña de tantas celebraciones navideñas y sin embargo ya tan adulta, tomando decisiones para sus estudios, para su vida, incluso aconsejándome en los momentos que requieren disciplina familiar...

Y no crean, mi hija es tan o más chillona que yo. Cuando terminó de cantar se bajó del escenario, caminó hacia mí y a medida que estaba más cerca me daba cuenta de que los ojitos le brillaban, que las lágrimas estaban a punto de salir...

Y nos abrazamos y lloramos.

Y se cerró otro capítulo de su vida.


martes, 19 de noviembre de 2013

Vicisitudes

Los vas a traer a un curso de verano, en tu hora de almuerzo, porque no hubo microbús que te los quisiera llevar porque "muy lejos".
Llegás en la noche de trabajar y te dicen que el grande tiene fiebre, que hay que dejar a la chiquita con alguien e irse ambos tres al hospital.
Te dice "qué bueno que estés aquí" y te agarra la mano mientras le ponen la terapia respiratoria, a pesar que ya es grande para ordenar plato infantil en los restaurantes.
Regresás y no ves a la chiquita porque ya se durmió.
Repartis medicinas y apagás luces.
Lavás calcetines blancos convertidos en gris-negro.
Te levantás temprano, para llegar a tiempo al trabajo, das medicinas, dejás instrucciones de las medicinas a tomar, el enfermo duerme y la chiquita se levanta y quiere jugar.
Llegás 16 minutos tarde al trabajo porque no te podías ir hasta dejar a la chiquita cubierta de besos y abrazos y sin llorar.
En el trabajo tu amiga te dice ¿viene tarde porque fue al colegio? y ahí te das cuenta que se te olvidó que era el dia -el único - de matrícula, no andás un cinco en la bolsa, los documentos están en la casa, tenías previsto ir en tu hora de almuerzo a la casa a traer al grande porque tiene una consulta programada, por la que cambiaste de hora una reunión y la jefa te vio feo, pero no alcanza el tiempo para ir al colegio...
La vida de madre es una cosa interesante.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Noche de paz

Una compañera de trabajo tuvo ayer su primer bebé. El padre, quien también trabaja aquí, está haciendo uso de los recién aprobados 3 dias de asueto por paternidad. 
Hablábamos con otras compañeras, una madre de 2, otra de 3 y otra embarazada del segundo, sobre si él debió o no haber venido a trabajar y tomarse los dias hoy o más tarde, porque la Ley da 15 dias creo para hacerlo.
Una opinaba que sí, que estaba bien, para que le hiciera compañía a ella en el hospital, que ella - la que opinaba - hubiera querido que su esposo hubiera estado con ella. Pero su caso fue cesárea y esa recuperación es distinta, asumo. La niña esta primeriza fue natural.
La madre de dos y yo, también con dos, opinábamos que no, que mejor se hubiera tomado los dias cuando ya ambos, madre y bebé, estuvieran en casa, especialmente porque no tienen empleada, entonces sí iba a necesitar ayuda. En el hospital estarían bien cuidados.
La que solo tiene uno y espera el segundo no supo opinar si era mejor ya o después.
Yo solo sé que cuando uno ha pasado ya 8 años de la vida sin acostarse hasta que todos se duermen, levantándose antes que todos y estando pendiente de que el mundo gire, esa noche solita en el hospital, sabiendo que el nuevo crío está bien cuidado por enfermeras y doctores y que el mundo allá afuera se puede caer y uno no se dará cuenta, es la noche más tranquila de la vida. Yo sí amé esa noche de paz y tranquilidad, en la que por una única vez me llevaron el desayuno si que tuviera que prepararlo ni preocuparme por poner a girar el mundo.
No sé si será egoista, pero es eso, una noche en la vida, vrs años y años y años de ser el eje terrestre. Yo digo que sí nos lo merecemos.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Amor de madre, en silla VIP

Una de las mamás de este blog llevará a su hija a ver a Justin Bieber. No, no es su gusto musical, para nada. Ella es metalera a morir y el castorcito no le inspira lo más mínimo. Pero no es la música la que la llevó a esto, es lo más hermoso de la vida de una mujer: el amor de madre.
Muchas de las personas que le han comentado han dicho: “a mí me llevaron a ver a menudo”, “mi papá me llevó a ver a Luis Miguel”, “a mí me llevaron a este u otro artista”.
Yo le quiero contar una historia, de esas de éxito que le mientan.
Cuando yo nací mi mami tenía 18 años. Cuando yo tenía 9 y ella 27 vinieron los tales menudos al Estadio Cuscatlán. Distaban mucho de existir las entradas VIP y aunque hubieran habido, la cobija no daba para tanto. Eran conciertos a las 3 de la tarde, en pleno sol, donde había que llegar a hacer cola desde muy temprano en la mañana y las bichitas caían desmayadas antes de tiempo por el calor.
Yo estaba en 4to grado y allá en Sta Ana, fui la única niña de mi escuela que vino al concierto.
Ella tenía la edad en la que muchas ni quieren tener hijos porque es mucha responsabilidad, trabajaba de noche, hacía turnos y vivía desvelada. No conocía San Salvador, no sabía dónde quedaba el estadio ni la terminal de buses y no le sobraba el dinero.
Pero ahí estaba, con una niña de 9 años de la mano, en una ciudad extraña, aguantando el sol para ver a los tales bichos desde las gradas así tamaño hormiga.
Nos fuimos caminando buscando la terminal. Estábamos en lo que hoy es el cruce de la 49 con el Venezuela cuando ya íbamos cansadas y pasó un taxi. El muy desalmado nos cobró 5 colones – póngalo en contexto, era 1983 – solo por dar la vuelta a la esquina y decirnos “aquí es”.
El 21 de noviembre yo me la llevo a ver a Sabina en la silla VIP que se merece, porque el amor de madre, gana intereses en el tiempo.

Adelante amiga, tu hija jamás en la vida olvidará ese concierto, no porque gastaste tus ahorros en llevarla, no porque lo va a contar a sus amigas....es porque su mami la acompañó a seguir sus ilusiones.

lunes, 14 de octubre de 2013


¿En serio quieres ser una madre “perfecta”?

Una perfección tan única como


El peque hace un berrinche en el super, lo primero que te viene a la mente es: ¿Qué va a decir la gente? Escuchas los consejos de la abuela, la madre, las amigas con mas experiencia, las revistas, los blogs…y no puedes mas que sentir culpa igual si eres disciplinaria o débil ante el berrinche ¡Quieres ser la madre perfecta!

Malas noticias: el molde de madre perfecta no existe.

Eres una persona única e irrepetible, tus hijos también ¿Vale la pena que te estandaricen las emociones y la vida?

La maternidad es algo tan íntimo y personal, único como cada persona que existe,  nadie puede medir el dolor del primer día de escuela, la primer caída de un columpio, ni la alegría del primer concierto por mas que lo cuentes y compitas para demostrar ante las demás “lo buena madre que eres” solo ‘porque sufres’ o “madre sin entrañas” solo ‘porque eres práctica’. En el universo sin par de tu cerebro cada emoción es el resultado de emociones previas, de expectativas si alguna vez alguien te dijo: “vas a sentir tal o cual cosa” te mintió.

La vida da a cada quien una cara según cómo la recibe, con visiones reales o no, la maternidad no es el estado perfecto que te hace más fuerte, clarividente, infalible o…¡Perfecta!

No podemos superar a nuestras madres, era otra sociedad (¡otro esposo y otra suegra!) mujeres en otro tiempo y “otros zapatos” diferentes necesidades emocionales traducidas en “amor e instinto materno” distintos mapas para llegar a diferentes paraísos…distintos hijos.

Tu propio mapa mental: “maternidad”, “realización femenina”, “lapso de vida con los hijos”, “etapa de crecimiento familiar” …”sufrimiento pasajero” o como quieras llamarlo es completamente tuya.

Como todo en la vida: observa, toma lo que sirva y te enseñe. Sé feliz con lo que hayas decidido. “Tuyas las decisiones …tuyas las consecuencias”

jueves, 5 de septiembre de 2013

El conejo en el cielo


Como todas las noches, conversé con mi hijo sobre el día, el trabajo, la vida...

Esta noche fue diferente, nos salimos a la calle a cenar. Si. Con el vaso de leche en la mano y con las preocupaciones de cada uno adentro de la casa, cerramos la puerta y nos sentamos en la grada a comer y ver la noche.

Nuestra noche estuvo iluminada con pocas estrellas y muchas nubes.

Allí me di cuenta que a pesar del día a día. las carreras, el trabajo y la novia.. siempre encontramos una conexión. Esa que nadie nos va a quitar jamás.

Vimos el cielo y dijimos al mismo tiempo... UN CONEJO!! era un conejo que saltaba por el cielo, regodeándose de su libertad arriba de nosotros. 

Que alegría saber que aun soñamos y que está con nosotros ese niño que imagina y que disfruta la simpleza

Conversamos no se por cuanto tiempo; buscamos nuestra mascota imaginaria y había desaparecido, se la había llevado la noche, seguramente a dormir a algún campo de nubes.

Lo que la noche no se pudo llevar fue nuestra conexión, que ni miles de noches, ni miles de años nos van a arrebatar jamas.. El amor de mamá e hijo.



lunes, 2 de septiembre de 2013

El primer día de su último año de colegio

Hay cosas para las que una madre nunca está preparada, por más que se haya sufrido con los hijos, por más que se haya reído con ellos, por más primeros y últimos días de todo, por más vida compartida; la ves irse al primer día de su último día de bachillerato con su pelo color miel sobre la polo blanca, dejando regado su olor a bebé por todos lados... La ves subirse al carro y te das cuenta de que empieza el ritual de desprendimiento, que aquel bebé que corría con vestido de listones por los pasillos del súper, que te repetía "juguemos, mami" a las doce de la noche el día de su segundo cumpleaños; ya no es más ese bebé.

Y resulta que allí va, convertida en la persona que todos los días sueña ser. Allí va, y probablemente, las dos recordemos este día para siempre, porque ella no pudo dormir anoche y yo tuve que transformarme en la mamá mala que no cedió ante sus ruegos de que la dejara quedarse, y yo tuve que ser fuerte y darme cuenta de una vez por todas que debo dejarla ser adulta, que debo dejar que entienda de esa forma que la vida es difícil, que en la vida real uno se tiene que levantar, por más cansado que esté.

Y allí al primer día de su último año de bachillerato. Allí va, y esos diecisiete años pasaron frente a mis ojos: tantos primeros días de clases, tanto acto de Navidad, Día de la Madre, clausuras; tantas notas, tantas tareas, tantos exámenes, tanta amigas, tanta pijamada, idas al cine; tanta trenza hecha, tantas loncheras...

Tanto adiós-teamo todas las mañanas.

Tanto nudo en la garganta.

viernes, 19 de abril de 2013

Mia


Mía…


La módica cantidad de seis dólares me confirmo lo que mis pantalones me dijeron esa mañana, algo grande estaba pasándome a mi!!! No sabia como reaccionar, y asumí que todo seria grandioso de ese día en adelante, vinieron las molestias que los gringos magnifican en sus películas y series, pero que a mi me parecieron malas si, pero no insoportables.

Naciste después de veinte horas de ansiedad y miedo, tus ojos me cautivaron de inmediato…hermosa, perfecta y mía.
Te veo crecer a una velocidad increíble, se me revienta la burbuja de protección y me doy cuenta que así es el mundo, que lloraras y aunque estés conmigo te sentirás sola, que te vas a caer y probablemente  yo no estaré ahí para darte la mano, y que el dolor en la vida es inevitable, sin importar que tan rodeada de amor estés. 

Eres la prueba viviente de que la felicidad esta en las cosas simples, y que caminar comiendo un choco banano es mas entretenido que ir al cine a ver un estreno, que una cama a media tarde es el escenario para los chistes mas malos que te hacen reír hasta las lagrimas, que puedo ser ventrílocuo, que soy capaz de componerle canciones a un pan, y que no me da pena nada… absolutamente nada si estas conmigo.

Y por ultimo, que yo nací para estar contigo y que la vida por muy horrenda que haya sido  en principio, bien vale vivirla una y otra vez si puedo ver el amor de Dios, cuando veo tus ojos.

miércoles, 27 de marzo de 2013

Bebejamín.

No le gusta que le siga llamando así. Se enoja, me deja de hablar, porque dice que ya está grande. Probablemente se enoje conmigo cuando vea el título de este post. Luego me va a mirar bien serio y me va a preguntar mil veces si estoy enojada. Le voy a decir que no y va a comenzar con una serie de palabras rebuscadas ¿estresada? ¿angustiada? ¿agotada? Enojada, otra vez. Le voy a decir que no estoy enojada, pero que si me sigue preguntando sí lo voy a estar. Y entonces va a sonreír. Él tiene el poder de sonreír con la mirada y hacerme feliz con solo eso.

Siempre he dicho que es un niño viejito que ocupaba palabras como >obviamente< cuando ni siquiera la podía pronunciar y que juega a hacer operaciones matemáticas en su mente cuando está aburrido, pero le da miedo la oscuridad. Sus conversaciones son maravillosas y entretenidas, te puede hablar desde cómo se formó el Cañón del Colorado hasta teorías inventadas de las características de cada hijo según su posición de nacimiento, pasando por que la luna es de tofu con galletas y un completo tratado de cómo ver las nubes en la noche lo hace sentirse libre. Él es así. Una maravilla que no para de hablar nunca. Una maravilla que me sorprende cada día y con cada ocurrencia. Le pregunto que de dónde sabe tanta cosa y me dice que "toda su información la saca de YouTube". Él es así, puede pasar de los temas serios y "filosóficos" a llorar a lágrima suelta porque desapareció su gata o porque "es el NADA en la casa."

Ayer, mientras regresábamos del mar por la Carretera del Litoral (la de los túneles), siendo testigos de un atardecer extraordinario; me dijo que El Salvador debería ser un gran museo, porque está lleno de cosas bien lindas. Que a los 10 años se sepa emocionar por un atardecer y el olor de la caña en el campo, me emociona a mí también. "Vos, de seguro, vas a ser escritor", le dije. "Voy a ser escritor y pintor, me dijo, porque también me gusta pintar." Y me enseñó una piedra que traía del mar, una de esas redondas, me dijo que iba a pintar el ojo de la Ágata (nuestra gata) en la piedra. Y así lo hizo.

Él me espera todas las noches después del trabajo. Me llama por teléfono si me tardo mucho. Se sigue apapachando conmigo mientras vemos videos de Vivaldi o Beethoven, o le canto una canción de las Bangles. Me sigue a todas partes cuando estoy en la casa. Me mira con ojos de enamoradito. Y yo lo miro de regreso con la única mirada que tengo para él... La mirada de una mamá que ama demasiado.

miércoles, 20 de marzo de 2013

Romper el vínculo


Amamantar a un bebé es un vínculo físico-emocional fuerte, imposible de describir con palabras.

Hacerlo diariamente por dos años, aunque la frecuencia haya ido disminuyendo con el paso del tiempo, es aun más sólido, difícil de romper.

Dado el problema logístico que tuve para la lactancia en mi primer parto, en el que sufrí de mastitis 4 veces, agrietamientos, sangre, dolor y un gran trauma, quería que esta vez fuera diferente, vivir la experiencia de forma alegre, como se suponía que debe ser.

Y así fue.

Gaby parece haber nacido “corregida y aumentada” como dicen, porque para cada cosa que sentimos que podría ser problemático, siempre “le llega su tiempo” y ya, el cambio/evolución está ahí sin menor esfuerzo.
Durante las primeras 12 semanas que estuve con ella en casa mi rutina era pecho durante el dia y fórmula en la noche. Eso permitió que mi piel se recuperara y no tuve tantos problemas de agrietamiento. Eso y que mi doctora particular sí sabía, no como la anterior, y me recomendó una crema de manzanilla desde el inicio. Aun así a sus 12 dias la princesa se hizo vampiro y se enfermó de la pancita porque ingirió piel y agregados.
Me quité la pena de hacerlo en público y era una gran cosa poder, en cualquier lugar, si la nena quería comer hacerlo sin preocuparme de no haber llevado una pacha para preparar.

Cuando regresé a trabajar continué temparno en la mañana, mediodia y para dormir por 3 meses, que luego se extendieron a 5. Para entonces la nena tenía 8 meses.

Quitamos la del mediodia porque ya no podía ir a la casa y mantuvimos mañana y noche. Y claro, los fines de semana todo lo que quisiera.

Mientras más crecía, más lindo se volvía ver sus ojos mirándome, sus manitas tocándome y sentirla dormirse en mis brazos. Estaba más consciente de lo que hacía y lo disfrutaba. Cuando empezó a hablar, “leshe” fue de sus primeras palabras y lo distinguía de “pacha”.

Cambiamos horarios y la toma de la mañana desapareció al primer año.
Quedaron solo las noches. Un rito diario, dormirse tomando pecho.

Me empezaron a decir que ya, que era suficiente, que no debía darle más porque ya no tenía valor nutritivo y había que “desapegarla”.

Más o menos en octubre del año pasado se presentó la situación de que yo debía tomar medicamentos por un largo plazo, medicamentos que se transmitían por la leche y le harían mal. Era una de dos: dejar de darle pecho a los 19 meses o no tomar los medicamentos. Elegí lo segundo. Al fin de cuentas, no era una situación de vida o muerte y encima había sido causada por factores externos. Era más lógico eliminar esos factores externos que privar a mi pequeña de su momento favorito.

En mi mente siempre estuvo desde su nacimento, la meta de los 2 años. Lactancia extendida le llaman.
Pero cada día que pasaba, ella exigía con más fuerza su “leshe” y no sabía cómo hacer para quitársela sin trauma.

En febrero tuve otra cita, de esas que el ISSS te da a los meses. Insistieron en que necesitaba los medicamentos y la Dra, mujer al fin, me dio un plazo para que terminara con la lactancia. Me dejó nueva cita para abril. “2 meses tiene que ser suficiente, hasta demasiado quizá, pero tiene que hacerlo en ese plazo” me dijo.

El 1 de marzo Gaby cumplió dos años.

Me llegó la noche y pidió leche. Con todo el dolor de mi corazón, le dije “no hay, se acabó” Me jalaba la blusa, como diciendo “si ahí está”. Pasó casi una hora, entre llanto e inquietud, para que se quedara dormida sin el pecho.

Cada dia hice lo mismo, diciéndole que ya se había acabado. Tenía miedo de que llorara cada noche, no sabía si yo lo iba a poder soportar e iba a ceder.

Mágicamente, un dia dejó de pedirlo, abrazó su almohada, me abrazó a mí y se durmió.
El dia siguiente repitió el proceso, en lugar de pedir leche, me abrazó para quedarse dormida.
Van 20 dias desde entonces y no ha vuelto a pedir.

Ella es simplemente perfecta. Hace todo a su tiempo.

Vaya, me quedé sin excusa para la tal cerveza/vino/soda  #Plop

PD: se rompió la dependencia de la leche, pero no ha dejado de salir corriendo a abrazarse a mi pierna cada vez que vuelvo a casa. Quizá sí sea cierto que la lactancia forma vínculos irrompibles a largo plazo.

martes, 19 de marzo de 2013

El nido vacío… al revés



 ¿Han escuchado del síndrome del nido vacío? Es algo que padecen los padres cuando sus hijos mayores dejan el hogar, se quedan solos en sus casas con demasiado espacio, demasiadas rutinas por cambiar, demasiados recuerdos… Creo que eso es lo que tengo, pero al revés. La que se fue es mi mami, mi Clarita, mi Lala, mi Tita… mi abuela materna que en realidad es mi madre de crianza. Esa mujer que me tomó como suya y ha estado conmigo cuando todos los demás, incluyendo a mis padres biológicos y otras figuras paternas, fueron saliendo una a una de mi vida.

Estuvo conmigo mientras crecía, mientras trataba de aprenderme las cabeceras de los municipios y las capitales del mundo. Me contaba historias maravillosas sobre el cadejo, las burletas y cómo un Padre Nuestro es el antídoto universal contra el miedo. Me llevaba con sus relatos a su natal Utalco, desde donde, sentadas en un cerro, ella y sus hermanas veían el espectáculo del Izalco en llamas.

También fue quien me enseñó las tablas de la multiplicación y me dio claves de cómo saber cuando una palabra iba o no tildada. Sabía cocinar, coser, jugar, reír, cargar niños, hacer horchata tostando semillas de morro, aliñar gallinas, palmear pupusas y tortillas. De ella aprendí tanto, que creo que le doy gracias a la vida por habérmela puesto como madre, a pesar de todas las dificultades que eso conllevó.

La recuerdo apoyándome siempre, siempre, aún cuando las maestras se quejaban de mi mala costumbre de platicar en clase, o de las vecinas que le decían que yo ya estaba “grande” y era preocupante que no me había entrado la “malicia”. También estuvo conmigo cuando muchos otros me dieron la espalda, con 18 años y una niña en mi panza. Me enseñó a ser mamá, a cuidar a mi bebé, a quererla y a no echarla a perder, a pesar de que mi corazón de madre adolescente me inclinaba a darle todo lo que podía, todo lo que yo no pude tener.

Ella siempre contó, orgullosa, que conmigo no había pasado esa etapa que sí atravesó con otros de sus hijos –propios y de crianza–, cuando la adolescencia los vuelve huraños y no tan dados a la compañía de la madre. Nosotras éramos unidas, demasiado unidas.

 Con 30 años y dos hijas, mi mamá seguía siendo uno de mis pilares. Me acompañó durante el doloroso proceso de mi separación, de nuevo, a pesar de que mucha gente decidió salir de mi vida, apartarse, criticarme. Ella, a sus casi 80 años, me infundió valor y fuerzas para continuar.

 Ahora ya no está conmigo, hace un mes exacto se fue a vivir a Estados Unidos, donde está la mayoría de sus hijos. Un mes me ha parecido un siglo. Aún paro y pienso durante el día “le voy a contar esto a mi mamá al llegar a casa”, o “la voy a traer a mi mami a comer acá, le va a gustar”.

Aún no me acostumbro. Me atrevo a escribir estas líneas porque estoy segura de que ella no las leerá, porque cuando hablamos por teléfono finjo que estoy bien, le cuento cómo va la vida con falsa alegría, le digo que no se preocupe. Las noches son especialmente duras, era la hora en la que nos echábamos el mutuo resumen de cómo había estado nuestro día.

 Ya sé que no soy la única que tiene a su mamá lejos, y que muchos me dirán que tengo la dicha de que ella, aunque en otro país, aún esté viva, y es cierto. Pero también es auténtico este dolor, este vacío que me ha dejado, y como en este blog hablamos de madres e hijos, me tomé el espacio para desahogarme, por primera vez, desde que supe que mi mamá se iría. Hoy veo mi nido vacío y me doy permiso de llorar.

Lagrimones publicitarios

De vez en cuándo los publicistas logran tocar esa vena íntima de la maternidad, a un nivel jevi metal guarrior. Yo lloré, acá les dejo la pieza: "Madre soltera"

domingo, 20 de enero de 2013

La mamá más mala del mundo

Siempre pensé que la primera vez que escribiría en est blog sería algo mío, pues resulta que no es así. Lo que pongo a continuación es de un autor anónimo, como tantos textos que circulan por la red, pero este me gustó y como tiene que ver con nosotras las mamás, pues lo pongo.
Prometo escribir algo propio algún día. Lo intentaré. De momento, disfruten con esta verdad verdadera sobre las "malas" mamás que podemos llegar a ser.

 
Nosotros tuvimos la mamá más mala del mundo, mientras otros niños comían lo que querían, nosotros teníamos que desayunar cereal, huevos, leche y pan tostado. Cuando otros niños tomaban muchos refrescos y comían sin cesar dulces, pasteles y muchas botanas, nosotros teníamos que comer frijoles, aguas frescas, verduras, carne y pescado.

Cuando fuimos creciendo se hizo más mala, nuestra madre insistía en saber donde estábamos, parecía que estabamos encarcelados. Tenia que saber quienes eran nuestros amigos o con quien andábamos y lo que estábamos haciendo a cada instante. Nos insistía mucho en que si decíamos que nos íbamos a tardar una hora en algo o en algún lugar, debíamos tardarnos solamente una hora.

Pero siguió siendo cada vez más mala. Me da vergüenza admitirlo, pero hasta tuvo el descaro de enseñarnos a lavar nuestros trastos, tendíamos nuestras camas, barríamos y fregábamos nuestra habitación, lavábamos nuestra ropa, nos mandaba a la tienda de la esquina a por el pan y aprendimos cosas muy crueles como cocinar y otras que de plano no queremos recordar. Nos parece que se quedaba despierta toda la noche pensando que podía hacernos al día siguiente para molestarnos.
Cuando llegamos a la adolescencia fue más sabia y nuestras vidas se hicieron más terribles. Siempre insistía en que dijéramos la verdad y que le tuviéramos confianza. Nadie podía tocar el claxon para que nosotros saliéramos corriendo, pues nuestros amigos tenían que tocar la puerta de nuestra casa y preguntar por nosotros. Se convirtió en una una locura total; quería que le informáramos el nombre de cada amigo; quienes eran sus padres, a que se dedicaba nuestro amigo y sus padres donde vivían; a que escuela asistía nuestro amigo y que estudios cursaba y muchas cosas más, sobre todo cuando queríamos ir a alguna fiesta, no os podéis imaginar que calvario. 
Sin embargo ha pasado el tiempo y ninguno de nosotros ha participado en actos de violencia. Cada un de nosotros está trabajando para lograr un mejor futuro y solo nuestro esfuerzo será lo que nos haga cada día mejor. A nadie podemos culpar de nuestro futuro, cualquiera que sea, nuestra madre hizo que nos convirtiéramos en adultos educados, respetuosos, honestos y trabajadores.
Ahora que soy madre, estoy educando a mis hijos con las mismas enseñanzas y de la misma manera que mi madre nos educó. 
Me siento muy orgullosa cuando mis hijos me dicen que soy mala... muy mala madre.


Autor Desconocido