viernes, 21 de marzo de 2014

Mi cuerpo y yo...miniserie continuada

Después de leer el post anterior veo que todas tenemos una historia que contar.
En la actualidad tengo como 25 lb de más de mi peso "ideal" según los médicos.
En mi infancia era digamos que normal, ni gorda ni flaca, en la época preescolar. Pero mi mamá me decía "la gorda" de cariño.
Allá por los 8 años nos mudamos a otra casa, a la vuelta de la cual había una panadería y donde me mandaban todas las tardes a traer pan dulce. Digamos que de la panadería a mi casa fácilmente desaparecían 4 o 5 panes. Gracias a eso los 9 años me encontraron con unos super cachetes y una figura rectangular (cero cintura). Seguía siendo "gorda" ahora sí en serio.
Los 11 años con sus cambios hormonales me devolvieron las proporciones normales, pero jamás me dejaron de decir gorda en casa y yo seguía pensando y viéndome a mí misma como gordita. No me ponía ropa ajustada, todo era flojo, principalmente por querer esconder la parte superior, que todas las niñas querían tener, y a mí me daba pena.
En la universidad vivía en un pupilaje, mi mamá me despachaba los lunes con la mochila llena de recipientes con comida para todos los almuerzos de la semana. Sin embargo las cenas las preparaba yo, y como no me sobraba dinero ni tiempo, generalmente comía brócoli o güisquil salcochado: era barato y solo tenía que echarlo a la olla con agua y seguir dibujando mientras se cocinaba. Además se podía comer con una mano y seguir dibujando con la otra. Cada fin de semana era la misma historia "hija qué flaca estás, alimentate, te va a dar anemia". Y, ahora lo sé, en ese entonces vivía en el dichoso peso ideal de los nutricionistas para mi altura. Pero yo me sentía gorda.
Al iniciar la vida laboral, no entendía por qué los cobradores del micro me elegían para ir adelante, donde metían 2 en un asiento al lado del conductor, si yo era gorda, por qué no una flaca, pensaba yo.
Me afligí cuando llegué a pesar 124 lb porque había engordado horribles 8 libras. Tenía 24 años.
Fui al gimnasio, a Corpobelo, hice dieta...estaba gorda.
Después conocí la comida rápida, el stress, los desvelos laborales y el sedentarismo.
Entré a mi primer embarazo con 150 lb. Y llegaba cada fin de semana a visitar y mi mamá decía "hija, que gorda estás, hace dieta, te vas a poner fea".
Terminé el periodo de lactancia con 10 lb menos de las originales, gracias a dar pecho por un año y comer sano "por el bebé".
Cuando el niño tenía 3 años, fui a la nutricionista, me hicieron una dieta real, adaptada a lo que comía habitualmente, y en 6 meses había llegado casi al tal peso ideal: 125 lb.
La vida pasó y volví a subir en un par de años.
Llegué al segundo embarazo con 10 lb más que al primero.
Aun estoy intentando bajar esos excedentes, pero ya no aspiro a llegar a los 125 ideales, solo quisiera lo suficiente para que los triglicéridos, el azúcar y la presión, que me siguen de cerca por los antecedentes familiares, no me alcancen y rebasen sus límites.
Mi hija tiene 3 años, está en la curva superior para su edad, tanto en altura como en peso, y se ve normal.
Su papá le empieza a decir "gorda" de cariño.
Yo no quiero que ni él ni nadie le diga gorda.

miércoles, 19 de marzo de 2014

Mi cuerpo y yo


Aún me tapo "la panza" para las fotos y me siento cómoda entre las obras de Botero.
Tengo trabajo por hacer.


Nunca he tenido una buena relación con mi cuerpo. De niña era rolliza, tenía cachetes grandes, de esos que les gusta apretar a los adultos.

Niña, como era, no tenía una verdadera conciencia sobre mi físico, hasta que mis compañeras se dieron a la tarea de destacar el hecho de que era más gruesa que ellas. Con la edad, esa diferencia se iba remarcando.

Tengo piernas y caderas anchas, gano peso rápido y me cuesta mucho perderlo. Además, adoro la comida. Eso fue un problema durante toda mi adolescencia, de nuevo, porque mis compañeras insistían en recalcarlo y porque yo misma estaba ya, a esas alturas, peleada con mi reflejo en el espejo.

Nadie de mi entorno me dijo nunca que yo era linda tal y como era. Que mi cuerpo era perfecto con sus propias proporciones, incluso con esas piernas y esas caderas que no importaba cuánto ejercicio o dietas hiciera, cuánto vomitara o cuánta hambre soportara, simplemente no se iban.

Recién a estas alturas de mi vida he hecho las paces con mi cuerpo. He aprendido a amarlo tal y como es. Sin embargo, veo con tristeza cómo el entorno en el que están creciendo nuestras hijas es aún más duro que el que me tocó a mí.

Las veo lidiar con ideales inalcanzables de delgadez, con modelos de belleza solo conseguidos a punta de capas y capas de maquillaje y herramientas de Photoshop. Con interminables sitios web donde les enseñan cómo matarse de hambre sin que los padres se den cuenta.

Escribo estas líneas porque quiero que mis hijas, que las hijas ajenas que puedan llegar a leerme, entiendan que todo eso es falso, es más que falso. Que lo único real son ellas con su propio cuerpo, con su salud y su bienestar. Que son responsables de alimentarse bien y cuidarse para estar, precisamente, saludables, y no para parecerse a un falso esquema de perfección.

Quiero que se vean al espejo y comiencen a quererse. Veánse cada día y busquen algo diferente que les guste de sí mismas. Enamórense de lo que ven. Ese es su cuerpo, perfecto en su forma diferente y única, porque, gracias a Dios, no existen dos iguales.

Ojalá puedan ver lo maravillosas que son, y logren hacerlo ya, y no esperar a llegar a sus 30, como me pasó a mí, para verse con mejores ojos y aceptarse.

Aliméntense bien, manténganse activas, busquen su bienestar, no la aceptación de otros. Sé que esto es duro en un mundo donde "¿verdad que perdiste peso? " se considera un halago, pero "te ves más gordita" es un terrible insulto, pero vale la pena intentarlo. Les aseguro que cada pequeño avance en el amor a sí mismas les traerá satisfacción y paz.

Madres, nosotras tenemos una gran responsabilidad. Amémonos, no nos critiquemos en frente de nuestras hijas. ¿Cómo enseñarles a aceptarse y a quererse si nosotras mismas nos odiamos y criticamos frente a ellas? Les dejo a ustedes, también, el desafío de enamorarse de sus cuerpos, y enseñar a sus hijas, con el ejemplo, a hacerlo.