miércoles, 25 de mayo de 2011

Se llama Tato

Lo conocí en el bus del valle hace tres años, cuando se sentó a la par mía y me contó cómo sobrevive cada día para poder estudiar. Casi cumple los once años, pero parece tener ocho, estudia séptimo grado.

Cada mañana Tato se sube al bus. Toda la gente lo conoce, así es que cada día alguien le da algo, dinero para el bus, unas galletas, unas frutas, ropa. Y es que Tato viaja en dos buses para llegar hasta la escuela, se desayuna un café y si tiene suerte almuerza algo.

Me ha dicho, que le puede suceder cualquier cosa, pero que va a terminar la escuela, sueña con construir un edificio alto y si continua tan decidido como hasta ahora, creo que un día, cuando Yo ya sea viejita, voy a subir por el ascensor del edificio de Tato.

Se sube al bus, pensativo, si le das la oportunidad relata su historia como si estuviera contando una película, sigue de largo y mientras ve por la ventanilla, lleva una medio sonrisa pintada.

Al medio día sale de la escuela y se va para la ciudad, ahí pasa la tarde, hace las tareas y le ayuda a su abuela con la venta de bolsitas de agua y otras cositas, en la parada de buses.

Por la noche, Tato, la abuela y la hermanita de Tato, quien no ha tenido la suerte de ir a la escuela, se paran a la salida de Santa Tecla a pedir “ray” de regreso al valle, a veces lograron comer algo, a veces no, se nota en su cuerpo.

A pesar de lo tarde del regreso, Tato, debe ir a “jalar” el agua, para el día siguiente, para bañarse y que la abuela lave. A las once de la noche, cuando ya el sueño lo vence, prepara todo lo del día siguiente y duerme, imagino que es entonces cuando juega, tiene amigos y logra ser niño un rato.

Al día siguiente, la jornada empieza temprano otra vez para Tato. Y lo veo subirse al pequeño bus en que viajamos y si no se sienta conmigo, veo que alguien más, le extiende la mano, me bajo y Tato se va de largo, como se le va de largo la infancia.

Y Tato, al igual que muchos otros niños, no tiene mamá en este mundo, pero sé con certeza, que realmente nunca lo dejó, por lo que veo. Nada le sobra y casi todo le falta, menos la alegría de la vida.

Por este niño, su empeño, inocencia y alegría, decidí escribir hoy estas líneas en nombre de su madre, que en algún lugar, se debe sentir muy orgullosa.

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