Uno de los
primeros recuerdos que guardo de mi madre, es ella parada frente a mí, yo
subida en el tocador envuelta en una toalla y ambas reflejadas en aquel gran
espejo redondo. Yo habré tenido 4 años, entonces.
Le pedí que me
jurara que nunca iba a morir, ella me
contestó, que no podía prometerlo, porque no lo cumpliría, fue la primera
decepción, que me cargó mi madre.
La recuerdo
también junto a mí, durante los largos meses que luchamos contra esa infección
horrible que sufrí en los riñones, en ese
época, también. Los riñones no me funcionaban, las fiebres me consumían y el
solo sentirla cerca, más que los medicamentos, me hacia soportar la tortura.
Luego crecí y
encontré en esa mujer tan indispensable, para mí, a una extraña, a una madre distante,
que se ocupaba más de su trabajo, de sus amigas, que de su hija. No porque no
estuviera ahí, en presencia, si no porque mi madre nunca tuvo la capacidad de
escucharme.
Crecí y dejé de
ver reflejada su figura, junto a mí, en
el espejo. Siempre fui traviesa, rebelde y revoltosa y esas cualidades, siempre
me metieron en problemas. Pero no importa cuánto Yo haya penado, por ser quien
era, mi madre no se daba cuenta o lo hacía y no respondía.
Más tarde, mis
dos metas en la vida eran complacerla o torturarla. Todos los sucesos que se
comparten con una madre, se fueron sucediendo unos a otros, pero ella, no me
veía. Estaba para sus amigas, su ahijada, sus ex compañeras, pero no para mí (y
léase bien, no he dicho hermanos, ni hermana).
Mi madre estuvo
ahí siempre, para exigirme, para disciplinarme, para reprocharme, pero no junto
a mí, como antes.
Mi madre murió,
un día sin que Yo pudiera despedirme. Recordé el día en que nos vimos por
última vez. Luego recordé los últimos días de la madre, cinco veces, que la
tuve solo para mí. Recordé cada vez, cuando fui a buscarla para hablarle de mis
penas y siempre parecía escucharme, pero al final, no decía nada, solo me comentaba
algo mas, sobre cualquier cosa.
Ella se fue a
Canada, cuando Yo era ya una mujer, casada y con hijos. Cuando regresó, ella era
otra persona. Talvez encontró en ese mismo espejo, su figura reflejada, pero
ahora en mí y mis hijos. Y recordó. A
pesar que nunca se recuperó todo el tiempo pasado, escribimos otro tiempo, ella
y Yo, en veinte años más.
Cuando vi a esa
mujer, que ya no era mi madre, tan quieta y serena en la cama, pálida toda
ella, sin pintarse la boca, sin su sonrisa tan hermosa. Media parte de mi, se
quebró con ella. Vino a mi mente cuando me telefoneaba para contarme del pájaro
que brincaba en su jardín, las quejas sobre el jardinero, la vecina y las
últimas de la telenovela…
…Ese día, me
sentía tan triste, me quería ahí con ella, pero hace meses se había ido ya, abrí el
closet y me envolví en su suéter, aún podía sentir su aroma, parecía que la
pena me iba a tragar, me recosté y de repente,
era ella que me abrazaba, como cuando Yo era pequeña. Me envolvió en paz
y calma y recordé las peleas, sus injusticias y entendí, cómo cada uno de esos
eventos, me hizo quien soy. A su manera, me escuchaba, mientras me moldeaba,
como un artista, así solo en silencio, sin decir nada, me ensenaba a enfrentar
la vida.
Me hizo llorar y reflexionar, gracias por compartirlo, un abrazo
ResponderEliminarMuy lindo. Sobre todo, porque es la misma mamá la que compartimos, con sus defectos, pero con otras tantas cosas buenas.
ResponderEliminarAl final, cuando uno es mamá, se viene a dar cuenta de que los errores que se comenten con los hijos no son a propósito; simplemente es que se trata de hacer siempre lo que puede o sabe o debe... Y a veces eso no es suficiente.