domingo, 13 de noviembre de 2011

LAS DOS MUJERES EN EL ESPEJO


Uno de los primeros recuerdos que guardo de mi madre, es ella parada frente a mí, yo subida en el tocador envuelta en una toalla y ambas reflejadas en aquel gran espejo redondo. Yo habré tenido 4 años, entonces.
Le pedí que me jurara que nunca iba a morir,  ella me contestó, que no podía prometerlo, porque no lo cumpliría, fue la primera decepción, que me cargó mi madre.
La recuerdo también junto a mí, durante los largos meses que luchamos contra esa infección horrible que sufrí  en los riñones, en ese época, también. Los riñones no me funcionaban, las fiebres me consumían y el solo sentirla cerca, más que los medicamentos, me hacia soportar la tortura.
Luego crecí y encontré en esa mujer tan indispensable, para mí, a una extraña, a una madre distante, que se ocupaba más de su trabajo, de sus amigas, que de su hija. No porque no estuviera ahí, en presencia, si no porque mi madre nunca tuvo la capacidad de escucharme.
Crecí y dejé de ver reflejada su figura, junto a mí,  en el espejo. Siempre fui traviesa, rebelde y revoltosa y esas cualidades, siempre me metieron en problemas. Pero no importa cuánto Yo haya penado, por ser quien era, mi madre no se daba cuenta o lo hacía y no respondía.
Más tarde, mis dos metas en la vida eran complacerla o torturarla. Todos los sucesos que se comparten con una madre, se fueron sucediendo unos a otros, pero ella, no me veía. Estaba para sus amigas, su ahijada, sus ex compañeras, pero no para mí (y léase bien, no he dicho hermanos, ni hermana).
Mi madre estuvo ahí siempre, para exigirme, para disciplinarme, para reprocharme, pero no junto a mí, como antes.
Mi madre murió, un día sin que Yo pudiera despedirme. Recordé el día en que nos vimos por última vez. Luego recordé los últimos días de la madre, cinco veces, que la tuve solo para mí. Recordé cada vez, cuando fui a buscarla para hablarle de mis penas y siempre parecía escucharme, pero al final, no decía nada, solo me comentaba algo mas, sobre cualquier cosa.
Ella se fue a Canada, cuando Yo era ya una mujer, casada y con hijos. Cuando regresó, ella era otra persona. Talvez encontró en ese mismo espejo, su figura reflejada, pero ahora en mí y mis hijos.  Y recordó. A pesar que nunca se recuperó todo el tiempo pasado, escribimos otro tiempo, ella y Yo, en  veinte años más.
Cuando vi a esa mujer, que ya no era mi madre, tan quieta y serena en la cama, pálida toda ella, sin pintarse la boca, sin su sonrisa tan hermosa. Media parte de mi, se quebró con ella. Vino a mi mente cuando me telefoneaba para contarme del pájaro que brincaba en su jardín, las quejas sobre el jardinero, la vecina y las últimas de la telenovela…
…Ese día, me sentía tan triste, me quería ahí con ella,  pero hace meses se había ido ya, abrí el closet y me envolví en su suéter, aún podía sentir su aroma, parecía que la pena me iba a tragar, me recosté y de repente,  era ella que me abrazaba, como cuando Yo era pequeña. Me envolvió en paz y calma y recordé las peleas, sus injusticias y entendí, cómo cada uno de esos eventos, me hizo quien soy. A su manera, me escuchaba, mientras me moldeaba, como un artista, así solo en silencio, sin decir nada, me ensenaba a enfrentar la vida.

2 comentarios:

  1. Me hizo llorar y reflexionar, gracias por compartirlo, un abrazo

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  2. Muy lindo. Sobre todo, porque es la misma mamá la que compartimos, con sus defectos, pero con otras tantas cosas buenas.
    Al final, cuando uno es mamá, se viene a dar cuenta de que los errores que se comenten con los hijos no son a propósito; simplemente es que se trata de hacer siempre lo que puede o sabe o debe... Y a veces eso no es suficiente.

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