Ayer fue un día horrible. Bastante preocupada por que el brazo izquierdo se me dormía, ciertos dolores extraños y desconocidos, presión en los oídos y cosas así; me fui corriendo donde el doctor. Al final, la misma historia de siempre: echémosle la culpa al stress, a los horarios de salida, al café, al cigarro, a las campañas publicitarias que nunca terminan... Aparte de algunos antibióticos para el oído y otros medicamentos para una colitis que ni siquiera es principiante, me quería prescribir unos calmantes. No, no, no y no, le dije. Los químicos y yo no nos llevamos bien. Tomo solo lo que es necesario. Y cuando digo "necesario" ni siquiera las gripes van incluidas.
El punto es que después de ese día horrible, que además me tocó estar en el carro más de una hora al regreso en trabazones por la Zona Rosa, Multiplaza y Merliot; llego a la casa y, iluminada por la luz de la lámpara de mi mesa de noche, me encuentro esto:
Díganme: ¿no merece la pena vivir por cosas como estas?
Al final, se olvidan todos los dolores, las preocupaciones, los líos; por una sonrisa tan dulce, una mirada tan sincera, un amor tan verdadero
Floooooooooor no me dejás trabajar por la llorazón mujer. Qué divino tu hijo.
ResponderEliminarSí, claro que por eso vale la pena vivir.
Lo más triste es que a veces por tanta tontera de la vida, no nos damos cuenta de que estas son las que de verdad valen y son importantes.
ResponderEliminarYo también lloré cuando la leí. Somos incorregibles. Un abrazo, Clau.