Cuando tengás apenas un año y medio, tu abuelo, quien habrá de morir una semana después de ese día, te va a "chinear" y levantando uno de tus pequeños brazos al cielo dirá "este niño va a ser un triunfador".
Quince años después, voy a entender que el triunfo no es lo que todos imaginamos, ni siquiera lo que tu abuelo quiso imaginar, ni siquiera lo que yo pensé que sería cuando, después de algunos minutos de nacido, el pediatra te puso sobre mi pecho y al oír mi voz, dejaste de llorar. Porque vos, con tu carácter pausado y silencioso, con tu carita de que siempre tenés todo bajo control; nos vas a dar otras lecciones en la vida. En la vida tuya, pues.
Porque vas a llegar a este mundo y aunque en los primeros días nos vas a tener casi una vez al mes en el hospital por bronquitis recurrente, alergias y un montón de enfermedades que nunca vamos a entender; desde siempre va a parecer como que tenés bien claro qué es lo que querés. Vas a ser ese bebé que podrá pasar horas y horas sentado jugando con solo unos tuppers de ela cocina y varios frijoles crudos... A los tres años, una noche te voy a encontrar "hablando con jesucito", pidiéndole un hermano al que, insistentemente, vos querrás llamar Tarzán López. Y meses después, tendrás a tu hermanito, que no se va a llamar Tarzán López, pero va a estar allí, porque vos lo pediste.
Vas a crecer. Vas a crecer un tanto en silencio, sin pedir mucho, sin exigir mucho, esperando cuando sea necesario, clavándote en la cosas; no importando si te dan las doce o la una de la noche para que las cosas sean cómo vos querés... Y siempre lo vas a lograr. Siempre las cosas van a ser cómo vos querés y de alguna manera, como dirá la "Tía Cecy" en un momento de tus siete años, "el problema es que siempre te tratamos como que fueras más grande". Y así va a ser, siempre vas parecer mayor. Siempre va a parecer como si nada es difícil para vos, como si nada te costara, como si hubiera un hada madrina siempre a la par tuya moviendo la varita para que todo salga como debe ser.
Vas a crecer y no me habré dado cuenta.
En un abrir de ojos estarás leyendo tantos libros que te voy a tachar de adicto y vos, con ese tu modito pausado y analítico, me vas a preguntar que si prefiero que seas adicto a los libros o al alcohol y las drogas. Vas a crecer tanto que a veces voy a sentir que te estoy perdiendo entre los días y las horas y los minutos en que tu vida es tan centrada, medida y organizada... Pero vas a volver algunas noches y días a contarme de todo lo que leés, a recomendarme películas que me harán llorar, a preguntarme por Van Gogh y el impresionismo, o solo a hablarme, a estar cerca, a seguir siendo mi bebé por siempre, el que no se avergüenza de que le dé abrazos y besos en público, el que escribe discursos para ceremonias de la escuela, el que participa y organiza eventos benéficos, el que planea hacer una campaña para comprar libros que a todos los niños les interese leer en la biblioteca de la escuela...
De repente vas a crecer y no me habré dado cuenta, porque siempre fuiste serio y formal y grande y con ideas bien claras y definidas y te voy a admirar por eso, porque sos todo lo contrario a tu madre, y te voy a amar así, cada día de tu vida, cada logro grande y pequeño...
Y te voy a amar y admirar por todo eso. Pero sobre todo, y simplemente. porque sos mi hijo.
Un pedazo de sonrisa que me fue regalada hace exactamente dieciséis años.
domingo, 7 de septiembre de 2014
domingo, 17 de agosto de 2014
Una madre desorganizada necesitará mucho café
Primera taza de café.
Una madre desorganizada se encontrará a otras de la misma especie en Office Depot un sábado por la tarde. Todas harán el chiste de "andamos en las mismas", otra agregará "pensé que solo yo dejaba todo para último momento, pero ya veo que no estoy sola". Las malas madres se sonreirán. Se despedirán de beso, comprendiéndose, sabiendo que todavía queda mucho camino por recorrer, mucho más si se tiene más de un hijo o dos o tres... Doce cuadernos por dos para forrar, diez libros por dos para forrar, seis pares de calcetines por dos, dos pares de zapatos por dos... Todo eso, sin contar el dinero.
Segunda taza de café.
Una madre desorganizada se levantará a las 6:30 un domingo. Entre preparar el café, hacer el menú de desayunos, loncheras, almuerzos y cenas para dos semanas, la lista del súper, jugar Preguntados, revisar correos, Instagram y Twitter, y avanzar treinta páginas del libro del momento; darán las nueve, hora de ir al súper.
Tercera y cuarta tazas de café.
Aunque no lo crean, el súper es un lugar apacible y cálido en donde una madre desorganizada se puede relajar, principalmente si va sola-sola, digo, sin hijos. El problema es regresar a la casa con el baúl repleto de compras y que no haya hija adolescente ni esposo que ayuden; y que los otros dos todavía sigan dormidos a esa hora. Son casi las once de la mañana. Hay que hacer desayuno-almuerzo y guardar todas las compras.
Quinta taza de café.
El domingo una mala madre se estresa por todo lo que no hizo o no pudo o no quiso hacer durante la semana. Así que, en un intento heroico por compensar todas las faltas, lavará loncheras, toppers, ropa de cama, baños, comprará cositas para aquí y para allá, irá de cuarto en cuarto viendo que todo esté en orden y si no lo está lo ordenará; lavará la ropa de los nenes, también, y arreglará su clóset por colores y se dará cuenta de que el que más impera es el morado o púrpura en todas sus tonalidades y variaciones, y limpiará la cocina y hará limonada y ruedos para los pantalones, y forrará cuadernos, y llevará a los niños a que les corten el pelo, y preparará clases para el día siguiente... Porque sí, una madre desorganizada esta preparada para eso y más. Una madre desorganizada no le teme al tiempo ni a las horas ni a los minutos. Le teme tan poco, que todavía se toma el tiempo para publicar una entrada que hable de todas las ventajas y desventajas de ser una madre tan organizada en los últimos minutos.
Sexta taza de café.
domingo, 27 de julio de 2014
La madre perfecta que vive en mí se ha tomado unas vacaciones
Y bueno, nada más fue que me dijeran que estaba embarazada y la madre competitiva, obsesiva y perfeccionista que vivía en mí salió en todo su esplendor.
Quería tener un parto normal. Luché por un parto normal hasta el último día, caminé con esa panza alrededor de dos kilómetros (ida y vuelta) todos los días, oía música clásica a todo volumen para estimular a la bebé, leía poesía en voz alta con el mismo fin, compré todos los libros necesarios que te decían cómo ser la mejor madre, compré las pachas que estaban científicamente diseñadas... Y todo eso, ya saben.
Pasé siete años teniendo y criando niños, cada uno con tres y cuatro años de distancia. Y a cada uno lo llené de atención, de libros con dibujitos lindos, de noches con canciones que les cantaba. A la primera le quité la pacha a los dieciocho meses, todo un logro. Esa niña caminó de diez meses, de un año hablaba sorprendentemente, El segundo aprendió a ir al baño casi de dos años. ¡Todo un logro! Era la madre perfecta. La madre que, a pesar que trabajaba todo el día y a veces llegaba pasadas las ocho de la noche, cantaba canciones de cuna, la madre que compraba discos extraños de música de todo el mundo para sus hijos, la que compraba regalos para piñatas anticipadamente para estar preparada, la que le hacía regalos a todos los maestros, la que estaba sentada en primera fila en todos los actos, la que los ponía a pintar a clases de música a clases de natación a clases de gimnasia a clases de todo lo que fuera apropiado para estimular su creatividad e inteligencia... La que no salía corriendo por cada golpe o cada caída, porque eso los volvía más fuertes, la que a los diez años los dejaba haciendo solos las tareas porque eso los volvía más independientes...
Esa era yo, la madre perfecta.
Pero un día, sentada en una primera comunión con las otras madres perfectas de los compañeros de mi hijo que proclamaban todos sus esfuerzos por ser también madres perfectas: sus hijos estaban en clases de karate, natación, ajedrez, tenis, clases de refuerzo, etc., etc., etc.; me di cuenta de que en una medida o en otra la cosa de la maternidad y los hijos se había vuelto una competencia y decidí que ya no quería ser una madre perfecta, sino, tener hijos felices.
Y desde entonces, obviamente ahora son mayores, los dejo allí, deambular por la vida descubriendo sus gustos y personalidad. ¡¡Diosanto!! ¿Quién no tuvo quince años y se quiso acostar a las 4 de la madrugada? Ahora hay libros de todo tipo por la casa, dibujos, creaciones de todos por doquier, al pequeño le gusta la música clásica, "¿quién compuso eso?" me pregunta cuando oye algo nuevo... Llevan buenas notas, no las notas perfectas por las que yo luchaba, pero buenas notas. Uno escribe en el newsletter de la escuela, la otra escribe novelas, el otro agarra las matemáticas como que fueran hobby. Alguien me dice que mis hijos son demasiado buenos, demasiado dulces, y a veces no entiendo sí es un piropo o lo dice como algo malo...
Y allí van...
Los hijos perfectos de una madre que decidió ser imperfecta.
Quería tener un parto normal. Luché por un parto normal hasta el último día, caminé con esa panza alrededor de dos kilómetros (ida y vuelta) todos los días, oía música clásica a todo volumen para estimular a la bebé, leía poesía en voz alta con el mismo fin, compré todos los libros necesarios que te decían cómo ser la mejor madre, compré las pachas que estaban científicamente diseñadas... Y todo eso, ya saben.
Pasé siete años teniendo y criando niños, cada uno con tres y cuatro años de distancia. Y a cada uno lo llené de atención, de libros con dibujitos lindos, de noches con canciones que les cantaba. A la primera le quité la pacha a los dieciocho meses, todo un logro. Esa niña caminó de diez meses, de un año hablaba sorprendentemente, El segundo aprendió a ir al baño casi de dos años. ¡Todo un logro! Era la madre perfecta. La madre que, a pesar que trabajaba todo el día y a veces llegaba pasadas las ocho de la noche, cantaba canciones de cuna, la madre que compraba discos extraños de música de todo el mundo para sus hijos, la que compraba regalos para piñatas anticipadamente para estar preparada, la que le hacía regalos a todos los maestros, la que estaba sentada en primera fila en todos los actos, la que los ponía a pintar a clases de música a clases de natación a clases de gimnasia a clases de todo lo que fuera apropiado para estimular su creatividad e inteligencia... La que no salía corriendo por cada golpe o cada caída, porque eso los volvía más fuertes, la que a los diez años los dejaba haciendo solos las tareas porque eso los volvía más independientes...
Esa era yo, la madre perfecta.
Pero un día, sentada en una primera comunión con las otras madres perfectas de los compañeros de mi hijo que proclamaban todos sus esfuerzos por ser también madres perfectas: sus hijos estaban en clases de karate, natación, ajedrez, tenis, clases de refuerzo, etc., etc., etc.; me di cuenta de que en una medida o en otra la cosa de la maternidad y los hijos se había vuelto una competencia y decidí que ya no quería ser una madre perfecta, sino, tener hijos felices.
Y desde entonces, obviamente ahora son mayores, los dejo allí, deambular por la vida descubriendo sus gustos y personalidad. ¡¡Diosanto!! ¿Quién no tuvo quince años y se quiso acostar a las 4 de la madrugada? Ahora hay libros de todo tipo por la casa, dibujos, creaciones de todos por doquier, al pequeño le gusta la música clásica, "¿quién compuso eso?" me pregunta cuando oye algo nuevo... Llevan buenas notas, no las notas perfectas por las que yo luchaba, pero buenas notas. Uno escribe en el newsletter de la escuela, la otra escribe novelas, el otro agarra las matemáticas como que fueran hobby. Alguien me dice que mis hijos son demasiado buenos, demasiado dulces, y a veces no entiendo sí es un piropo o lo dice como algo malo...
Y allí van...
Los hijos perfectos de una madre que decidió ser imperfecta.
jueves, 5 de junio de 2014
Tiempo para jugar
Estuve pensando en qué es lo que recuerdo de mi infancia..
Con mi abuelita:
Las horas que me dedicó enseñándome a
cocinar con lujo de detalle y de ingredientes, las horneada, el turrón, los
plátanos asados, las tardes en donde intentó enseñarme a coser en una máquina
que primero tenía un pedal y luego un motor.. (de igual forma no aprendí) y las
clases de tricot y crochet que toda niña debía aprender. Cómo olvidar las
clases de etiqueta y comportamiento social.. qué y qué no hacer .. lo que ponía
en práctica en las múltiples visitas a casa de sus amigas y las visitas al mercado
bien agarrada de la mano en donde me compraba “alboroto” (una bola de popcorn
con dulce que cabía en mi mano).
Con mi abuelito:
Las horas en silencio tratando de imaginar
la época, los vestidos, las damas, los caballeros, las guerras, los caballos,
los cañones y los banquetes de las historias que me contaba mi abuelo en cada
canción, en cada polka y en cada opera de su legado de música clásica que me
dejó. Las caminatas de toda la tarde en vacaciones cuando me decía: vamos a tu
casa.. pero a pie (casi 10 kms). Las clases de natación en la piscina del flor
blanca a las que él me llevaba porque mis papas trabajaban. Las idas al teatro
nacional a ver ballet y las obras como las Mil y una noche dirigida por don
Paco García- el nombre me pareció divertido y por eso me lo aprendi- y otras que no entendía pero tenían unos
vestidos lindísimos.
Las filosofadas de la vida, las plantas, la naturaleza, el
universo, Dios los rosacruces, Budah y
el resumen ejecutivo de todos los libros que se leyó desde que tenia 8 años,
con detalles de personajes, historias y autores. Su libro de propiedades de las
plantas que aun tengo…
Con mi hermana:
Bailábamos con el disco de CriCri que le regalaron mis abuelos, poníamos
las canciones tooodas las tardes, jugabamos jacks, no te enojes y luego la edad
nos separó de los juegos.
Mi papi:
Las clases de ajedrez, las visitas al mercado y clases de cocina
de los domingos. Las siestas abrazados de los domingos sus asados y las idas al
mar de todos los sábados. Y las conversaciones que tanto añoro sobre todo lo
que hice durante el día.
Mi mami:
las caricias, apapachos y chistes sobre cualquier cosa que siempre
nos hacían reír. Las idas al cine a los estrenos matinales. Y su eterno tema
con el orden y la limpieza..
Si. Disfruté muuucho ser
niña, con mi familia, mis abuelos, primos, y las carreriadas y caídas de la
bici y patines con amigos de la colonia.
Pero no tengo recuerdos de mis papás jugando conmigo, ellos
trabajaban toda la semana y estaban cansados. Su tiempo fue invaluable, siempre
estuvieron conmigo.
Quiero que mis hijos me recuerden con todo y más del listado de
recuerdos que tengo, pero a pesar del cansancio de la semana apretada, los
quehaceres de la casa, el ir y venir, el tráfico, etc, he llegado a la
conclusión que debo hacer tiempo para jugar antes de que se termine la infancia..
“eso” es lo que más valoran los niños.
jueves, 8 de mayo de 2014
Mami cantame una canción
Los días pasan rápido
cuando nos desconectamos de la conciencia.
Toda la semana ha sido
pesada, entre trabajo, colegio, súper, casa, hijos, hospital y un adiós para
siempre, entre otras cosas.
Cuando ponemos atención a cada cosa por pequeña que hacemos, es
cuando realmente disfrutamos. Ver un atardecer, los sábados, la vida.
Esta semana extravié mi conciencia en algún lugar, seguramente
abajo de alguna blusa que doblé, en medio de algunos libros que ordené, debajo
de alguna caja, realmente no lo sé.
El punto es que hoy me
di cuenta que ha pasado más de una semana desde que a Manuel, mi esposo le
dieron dos infartos, tengo más de una semana de estar fuera de casa, de no
cenar con mis hijos, de no sentarme en mi sala, de no acariciar a mi perro y de
no dormir en mi cama.
Creo que se me empieza
a notar. No es tristeza, no es enojo, no es más que una desincronización de mi
vida. Que duele.
Anoche mi hijita Cami
me hizo aterrizar y poner los pies en la tierra, bajar la velocidad y recordar
un poco donde deje mi conciencia con una sola frase: “Mami quedate conmigo un
ratito y cantame una canción.” Sentí que
debía frenar mi vida, me di cuenta que tiene 9 años y que necesita de mi, le
canté hasta que se durmió, le di un beso y luego fui a dormir.
Hoy fue un nuevo día
amanecí vestida de conciencia y me prometo no volver a perderla.
jueves, 10 de abril de 2014
Interpretaciones
En estos dias hemos estado haciendo tareas de 5to grado, biografías de escritores latinoamericanos.
Yo las leí también y la idea general que me quedó fue que la mayoría eran revolucionarios, peleaban por los derechos civiles y de los desprotegidos y tuvieron viajes u otras experiencias que les dieron su inspiración.
Mi hijo se fijó en otra cosa.
Cuando le preguntaron qué opinaba de los escritores, dijo que era triste, porque la mayoría se habían quedado huérfanos a su edad o más pequeños.
Al parecer somos el personaje más importante en la biografía de nuestros hijos.
martes, 8 de abril de 2014
Querida tú de dieciocho años
Esto quizás no lo sabés, o quizás te lo conté en ese diario que escribí durante tres años desde que supe que estaba embarazada: todos esos meses que te esperaba, fueron de los más felices de mi vida. Creo que a pesar de todas las molestias era una embarazada feliz y las noches se me iban en leerte libros en voz alta mientras alguno de mis clásicos favoritos sonaba de fondo.
Y llegaste, y bueno, ya te podés todas las historias. Te las he contado a la saciedad. Te las he contado hasta aburrirte. Aunque siempre me pedís que te repita la de la desvelada de los dos años cuando a las doce de la noche, entusiasmada por todos tus juguetes nuevos me seguías repitiendo –Mami, juguemos.
Hemos pasado tanto. Hemos crecido juntas, de hecho. Hemos descubierto esa maravilla de ser, más allá que madre e hija, amigas. Me encanta haberte dado la confianza suficiente como para que acudás a mí cada vez que tenés un problema, la confianza suficiente como para lograr desmarañar juntas tus miedos más profundos. Me encanta llegar a tu cama en la noche, así como anoche y saber, sentir, que podés contar conmigo, que cualquier lágrima la podemos llorar juntas y que cualquier abrazo y cualquier te amo, de verdad tienen significado entre nosotras. Me encanta que, en contra de cada "no le digás a tu mamá, total, cuando se dé cuenta ya va a estar hecho" vos siempre vengás y me lo digás y podamos hablarlo y analizarlo y entenderlo y definir entre las dos si está bien o no.
Me encanta que seas vos. Que seas vos siempre, aunque ser vos te acarreé muchas dudas y muchos miedos, porque no te vestís como las demás, porque no pensás como las demás, porque no sos como las demás. Y eso, pequeña, querida, hermosa, eso, como te lo dije anoche, es lo mejor de vos y lo que te hace especial y única y lo que te va a hacer brillar siempre en donde estés. No importan donde. Eso y tu corazón dulce. Eso y tus sentimientos bondadosos. Eso y tu capacidad para conseguir siempre lo que querés. Eso y todo lo que escribís, que dibujás, que retratas... Tu manera tan particular de ver las cosas. Sos diferente y lo sabés. Y ser diferente te da el poder de que tu vida también sea diferente, de que el mundo sea del color que vos querrás darle y esté lleno de todo lo que soñás y esperás para tu futuro.
Hace dieciocho años soñaba con tu futuro. Y resulta que el futuro es ya.
No sabés qué feliz me siento de que mis sueños se hayan hecho realidad.
Y llegaste, y bueno, ya te podés todas las historias. Te las he contado a la saciedad. Te las he contado hasta aburrirte. Aunque siempre me pedís que te repita la de la desvelada de los dos años cuando a las doce de la noche, entusiasmada por todos tus juguetes nuevos me seguías repitiendo –Mami, juguemos.
Hemos pasado tanto. Hemos crecido juntas, de hecho. Hemos descubierto esa maravilla de ser, más allá que madre e hija, amigas. Me encanta haberte dado la confianza suficiente como para que acudás a mí cada vez que tenés un problema, la confianza suficiente como para lograr desmarañar juntas tus miedos más profundos. Me encanta llegar a tu cama en la noche, así como anoche y saber, sentir, que podés contar conmigo, que cualquier lágrima la podemos llorar juntas y que cualquier abrazo y cualquier te amo, de verdad tienen significado entre nosotras. Me encanta que, en contra de cada "no le digás a tu mamá, total, cuando se dé cuenta ya va a estar hecho" vos siempre vengás y me lo digás y podamos hablarlo y analizarlo y entenderlo y definir entre las dos si está bien o no.
Me encanta que seas vos. Que seas vos siempre, aunque ser vos te acarreé muchas dudas y muchos miedos, porque no te vestís como las demás, porque no pensás como las demás, porque no sos como las demás. Y eso, pequeña, querida, hermosa, eso, como te lo dije anoche, es lo mejor de vos y lo que te hace especial y única y lo que te va a hacer brillar siempre en donde estés. No importan donde. Eso y tu corazón dulce. Eso y tus sentimientos bondadosos. Eso y tu capacidad para conseguir siempre lo que querés. Eso y todo lo que escribís, que dibujás, que retratas... Tu manera tan particular de ver las cosas. Sos diferente y lo sabés. Y ser diferente te da el poder de que tu vida también sea diferente, de que el mundo sea del color que vos querrás darle y esté lleno de todo lo que soñás y esperás para tu futuro.
Hace dieciocho años soñaba con tu futuro. Y resulta que el futuro es ya.
No sabés qué feliz me siento de que mis sueños se hayan hecho realidad.
viernes, 21 de marzo de 2014
Mi cuerpo y yo...miniserie continuada
Después de leer el post anterior veo que todas tenemos una historia que contar.
En la actualidad tengo como 25 lb de más de mi peso "ideal" según los médicos.
En mi infancia era digamos que normal, ni gorda ni flaca, en la época preescolar. Pero mi mamá me decía "la gorda" de cariño.
Allá por los 8 años nos mudamos a otra casa, a la vuelta de la cual había una panadería y donde me mandaban todas las tardes a traer pan dulce. Digamos que de la panadería a mi casa fácilmente desaparecían 4 o 5 panes. Gracias a eso los 9 años me encontraron con unos super cachetes y una figura rectangular (cero cintura). Seguía siendo "gorda" ahora sí en serio.
Los 11 años con sus cambios hormonales me devolvieron las proporciones normales, pero jamás me dejaron de decir gorda en casa y yo seguía pensando y viéndome a mí misma como gordita. No me ponía ropa ajustada, todo era flojo, principalmente por querer esconder la parte superior, que todas las niñas querían tener, y a mí me daba pena.
En la universidad vivía en un pupilaje, mi mamá me despachaba los lunes con la mochila llena de recipientes con comida para todos los almuerzos de la semana. Sin embargo las cenas las preparaba yo, y como no me sobraba dinero ni tiempo, generalmente comía brócoli o güisquil salcochado: era barato y solo tenía que echarlo a la olla con agua y seguir dibujando mientras se cocinaba. Además se podía comer con una mano y seguir dibujando con la otra. Cada fin de semana era la misma historia "hija qué flaca estás, alimentate, te va a dar anemia". Y, ahora lo sé, en ese entonces vivía en el dichoso peso ideal de los nutricionistas para mi altura. Pero yo me sentía gorda.
Al iniciar la vida laboral, no entendía por qué los cobradores del micro me elegían para ir adelante, donde metían 2 en un asiento al lado del conductor, si yo era gorda, por qué no una flaca, pensaba yo.
Me afligí cuando llegué a pesar 124 lb porque había engordado horribles 8 libras. Tenía 24 años.
Fui al gimnasio, a Corpobelo, hice dieta...estaba gorda.
Después conocí la comida rápida, el stress, los desvelos laborales y el sedentarismo.
Entré a mi primer embarazo con 150 lb. Y llegaba cada fin de semana a visitar y mi mamá decía "hija, que gorda estás, hace dieta, te vas a poner fea".
Terminé el periodo de lactancia con 10 lb menos de las originales, gracias a dar pecho por un año y comer sano "por el bebé".
Cuando el niño tenía 3 años, fui a la nutricionista, me hicieron una dieta real, adaptada a lo que comía habitualmente, y en 6 meses había llegado casi al tal peso ideal: 125 lb.
La vida pasó y volví a subir en un par de años.
Llegué al segundo embarazo con 10 lb más que al primero.
Aun estoy intentando bajar esos excedentes, pero ya no aspiro a llegar a los 125 ideales, solo quisiera lo suficiente para que los triglicéridos, el azúcar y la presión, que me siguen de cerca por los antecedentes familiares, no me alcancen y rebasen sus límites.
Mi hija tiene 3 años, está en la curva superior para su edad, tanto en altura como en peso, y se ve normal.
Su papá le empieza a decir "gorda" de cariño.
Yo no quiero que ni él ni nadie le diga gorda.
En la actualidad tengo como 25 lb de más de mi peso "ideal" según los médicos.
En mi infancia era digamos que normal, ni gorda ni flaca, en la época preescolar. Pero mi mamá me decía "la gorda" de cariño.
Allá por los 8 años nos mudamos a otra casa, a la vuelta de la cual había una panadería y donde me mandaban todas las tardes a traer pan dulce. Digamos que de la panadería a mi casa fácilmente desaparecían 4 o 5 panes. Gracias a eso los 9 años me encontraron con unos super cachetes y una figura rectangular (cero cintura). Seguía siendo "gorda" ahora sí en serio.
Los 11 años con sus cambios hormonales me devolvieron las proporciones normales, pero jamás me dejaron de decir gorda en casa y yo seguía pensando y viéndome a mí misma como gordita. No me ponía ropa ajustada, todo era flojo, principalmente por querer esconder la parte superior, que todas las niñas querían tener, y a mí me daba pena.
En la universidad vivía en un pupilaje, mi mamá me despachaba los lunes con la mochila llena de recipientes con comida para todos los almuerzos de la semana. Sin embargo las cenas las preparaba yo, y como no me sobraba dinero ni tiempo, generalmente comía brócoli o güisquil salcochado: era barato y solo tenía que echarlo a la olla con agua y seguir dibujando mientras se cocinaba. Además se podía comer con una mano y seguir dibujando con la otra. Cada fin de semana era la misma historia "hija qué flaca estás, alimentate, te va a dar anemia". Y, ahora lo sé, en ese entonces vivía en el dichoso peso ideal de los nutricionistas para mi altura. Pero yo me sentía gorda.
Al iniciar la vida laboral, no entendía por qué los cobradores del micro me elegían para ir adelante, donde metían 2 en un asiento al lado del conductor, si yo era gorda, por qué no una flaca, pensaba yo.
Me afligí cuando llegué a pesar 124 lb porque había engordado horribles 8 libras. Tenía 24 años.
Fui al gimnasio, a Corpobelo, hice dieta...estaba gorda.
Después conocí la comida rápida, el stress, los desvelos laborales y el sedentarismo.
Entré a mi primer embarazo con 150 lb. Y llegaba cada fin de semana a visitar y mi mamá decía "hija, que gorda estás, hace dieta, te vas a poner fea".
Terminé el periodo de lactancia con 10 lb menos de las originales, gracias a dar pecho por un año y comer sano "por el bebé".
Cuando el niño tenía 3 años, fui a la nutricionista, me hicieron una dieta real, adaptada a lo que comía habitualmente, y en 6 meses había llegado casi al tal peso ideal: 125 lb.
La vida pasó y volví a subir en un par de años.
Llegué al segundo embarazo con 10 lb más que al primero.
Aun estoy intentando bajar esos excedentes, pero ya no aspiro a llegar a los 125 ideales, solo quisiera lo suficiente para que los triglicéridos, el azúcar y la presión, que me siguen de cerca por los antecedentes familiares, no me alcancen y rebasen sus límites.
Mi hija tiene 3 años, está en la curva superior para su edad, tanto en altura como en peso, y se ve normal.
Su papá le empieza a decir "gorda" de cariño.
Yo no quiero que ni él ni nadie le diga gorda.
miércoles, 19 de marzo de 2014
Mi cuerpo y yo
Aún me tapo "la panza" para las fotos y me siento cómoda entre las obras de Botero. Tengo trabajo por hacer. |
Nunca he tenido
una buena relación con mi cuerpo. De niña era rolliza, tenía cachetes grandes,
de esos que les gusta apretar a los adultos.
Niña, como era,
no tenía una verdadera conciencia sobre mi físico, hasta que mis compañeras se
dieron a la tarea de destacar el hecho de que era más gruesa que ellas. Con la
edad, esa diferencia se iba remarcando.
Tengo piernas y caderas anchas, gano peso rápido y me cuesta mucho perderlo. Además, adoro la comida. Eso fue un problema durante toda mi adolescencia, de nuevo, porque mis compañeras insistían en recalcarlo y porque yo misma estaba ya, a esas alturas, peleada con mi reflejo en el espejo.
Nadie de mi entorno me dijo nunca que yo era linda tal y como era. Que mi cuerpo era perfecto con sus propias proporciones, incluso con esas piernas y esas caderas que no importaba cuánto ejercicio o dietas hiciera, cuánto vomitara o cuánta hambre soportara, simplemente no se iban.
Recién a estas alturas de mi vida he hecho las paces con mi cuerpo. He aprendido a amarlo tal y como es. Sin embargo, veo con tristeza cómo el entorno en el que están creciendo nuestras hijas es aún más duro que el que me tocó a mí.
Las veo lidiar con ideales inalcanzables de delgadez, con modelos de belleza solo conseguidos a punta de capas y capas de maquillaje y herramientas de Photoshop. Con interminables sitios web donde les enseñan cómo matarse de hambre sin que los padres se den cuenta.
Escribo estas líneas porque quiero que mis hijas, que las hijas ajenas que puedan llegar a leerme, entiendan que todo eso es falso, es más que falso. Que lo único real son ellas con su propio cuerpo, con su salud y su bienestar. Que son responsables de alimentarse bien y cuidarse para estar, precisamente, saludables, y no para parecerse a un falso esquema de perfección.
Quiero que se vean al espejo y comiencen a quererse. Veánse cada día y busquen algo diferente que les guste de sí mismas. Enamórense de lo que ven. Ese es su cuerpo, perfecto en su forma diferente y única, porque, gracias a Dios, no existen dos iguales.
Ojalá puedan ver lo maravillosas que son, y logren hacerlo ya, y no esperar a llegar a sus 30, como me pasó a mí, para verse con mejores ojos y aceptarse.
Aliméntense bien, manténganse activas, busquen su bienestar, no la aceptación de otros. Sé que esto es duro en un mundo donde "¿verdad que perdiste peso? " se considera un halago, pero "te ves más gordita" es un terrible insulto, pero vale la pena intentarlo. Les aseguro que cada pequeño avance en el amor a sí mismas les traerá satisfacción y paz.
Madres, nosotras
tenemos una gran responsabilidad. Amémonos, no nos critiquemos en frente de
nuestras hijas. ¿Cómo enseñarles a aceptarse y a quererse si nosotras mismas
nos odiamos y criticamos frente a ellas? Les dejo a ustedes, también, el desafío
de enamorarse de sus cuerpos, y enseñar a sus hijas, con el ejemplo, a hacerlo.
viernes, 3 de enero de 2014
Parpadeé y creció
Fue así en un abrir y cerrar de ojos, en donde una noche le
das un beso en su camita y lo dejas arropado y la siguiente es él quien llega a
darme el beso de buenas noches a mi cama.
Sucede así como cuando una mañana te levantas a lavar las
pachas para tener todo listo para cuando despierte o preparar su lonchera
cuando el micro pite y la siguiente, te levantas y ves que ya se fue a trabajar
pero te dejo el café puesto.
Te das cuenta realmente cuando recuerdas verlo correr en
calzoncillos por la casa y ahora cierra la puerta de su cuarto mientras se
viste.
Y más aun cuando decide pasar más tiempo en casa de la novia
vrs los sábados que pasábamos juntos en donde nadie nos podía separar.
Cuesta comprender que ahora ese valioso tiempo se ha convertido
en otro más valioso por ser más corto, en donde cada beso, cada café, cada
conversación y cada segundo cuenta para sentirnos cerca.
Que dicha estar allí y recordar ahora: su primer día de kínder,
su primera caída en bici, haber sido su Santa y su ratón de los dientes, la graduación
del cole y de la U y ahora ayudarle a seleccionar su maestría, hablar de la vida.
Para mi suerte, cierro y abro los ojos y aun sigue aquí en
el cuarto de enfrente.
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