La primera es la más urgente: no soy una super mamá, no soy una super nada. En realidad hago lo que hago por dos razones. La principal es porque hay una fuerza motora que nos impulsa a veces a olvidar la lógica, se llama amor. Esa fuerza es imparable, pero a veces es también arrasadora. Luego, la otra razón es un poco más mundana y quizás hasta triste: creo que nadie haría lo que hago si no lo hago yo. Simple.
A veces doy y doy hasta quedar sin nada, barrida, exhausta. Entrego más allá de mis fuerzas y posibilidades quizás en espera de que alguien se acerque y me pregunte que si hay algo que yo necesite. Ese momento aún no ha llegado. Talvez no llegue nunca.
Confieso que a veces temo que algún día ya no podré dar nada. Espero que eso suceda hasta que esté muy vieja y que yo sienta que mi misión está cumplida. Este trabajo es una gran labor de fe y sobre todo exige creer en el largo plazo, en el larguísimo plazo. Mis esfuerzos quizás tengan frutos en 20 ó 25 años, cuando haya una mente adulta, forjada gracias a aquel esfuerzo, que diga, como dijo Abraham Lincoln: “Todo lo que soy se lo debo a mi madre”.
Confieso que sí tengo necesidades y sueños, y egoísmos, muchos. Los guardo, celosamente, y me reprendo cuando asoman.
Confieso que también tengo incontables alegrías, satisfacciones, orgullos. Hay tanto entusiasmo en poder servir para ver crecer a tu familia. Esta labor prodiga privilegios escondidos y premios maravillosos. A veces, un solo abrazo de unos bracitos chiquitos te puede hacer sentir invencible. Y entonces se sigue, se sigue. Así es como funciona esto.
Confieso que a veces olvido que soy una mujer, olvido que fui alguien con otras aspiraciones e intereses. Olvido que el mundo es enorme y que me mi rincón es chiquito, que mi mente y mi energía son limitadas.
Confieso que ya no soy tan libre de sentir. Me escondo para llorar, me avergüenzan la cólera y la impaciencia y lucho contra todos los sentimientos que pueden ser un mal ejemplo o una mala guía para mis hijas. No quiero ser la que destruye sino la que edifica, como esa mujer sabia de la que habla la Biblia.
Confieso que sigo aquí voluntariamente, firme, con el corazón, porque mantengo una libertad básica y gigante: la libertad de amar. Amo a mi familia, esa es una gran verdad. A veces, desde fuera, ese amor se puede ver como una super fuerza, que lleva a esa dañina y estereotipada expresión de “super mamá”. La verdad es muy sencilla, lo que hay es bien simple porque no hay poderes mágicos ni extraordinarios, es solo entrega, compromiso y amor.
*Gracia Pasos es colaboradora de Madres 2.o
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