miércoles, 18 de abril de 2012
El mejor trabajo del mundo
viernes, 13 de abril de 2012
Mamá soltera
No es fácil ser mamá soltera. Tenés el doble de trabajo. La sociedad te juzga. Pensás que no alcanzás a hacer todo lo que deberías de hacer. La sociedad te juzga. Hay situaciones en las que sentís que un par extra de manos te ayudarían. La sociedad te juzga…
Supongo que hay una gama infinita de razones por las que millones de mujeres terminamos criando solas a nuestros hijos. Cada quien tendrá su historia. Algunas de seguro lo hacen por elección propia. Para otras, nuestra situación es la conclusión inesperada de un cuento de hadas que termina en un amasijo de sueños rotos.
Sea como sea, el resultado es casi siempre el mismo. Nos vemos solas con la enorme responsabilidad de la crianza de nuestras criaturas. Nos da miedo no hacerlo bien, nos aterra que la falta del padre les afecte, que nosotras no seamos suficientes para ellos. Buscamos maneras de compensar esa ausencia, de decirles que estamos allí para ellos, que todo estará bien, que lograremos superar esto que llaman vida.
No siempre lo logramos. Hay días frustrantes, momentos de pánico, lapsos de llanto, de confusión. En lo personal, mi ideal desde siempre fue un bonito hogar-tradiconal-con-madre-padre-hijos y talvez hasta un perrito. No haberlo logrado es ya material suficiente para una buena dosis de culpa, de arrepentimientos, de “hubieras” atorados en algún lugar muy dentro, que uno quisiera descubrir para sacárselos de una vez y para siempre.
Y nuestra sociedad, en la que nos guste o no tenemos que vivir, ayuda poco o nada. Siempre habrá dedos señalándonos, que si no hay un hombre a nuestro lado deberá ser porque algo malo tenemos nosotras, quizás somos malas, locas, demasiado enojadas o demasiado alegres, y vaya usted a saber cuántas cosas más que se le puedan ocurrir a la vecina de al lado que no tiene mejor tema de conversación y que se jacta de ella sí ser señora-de.
Pero, de alguna manera inexplicable, todo esto se logra superar. Cuando vemos los ojos de nuestros niños, sus sonrisas, sentimos sus abracitos suaves y dulces o escuchamos esa vocecita que dice “mami te amo, qué linda sos”, todo obstáculo se vuelve chiquito. Sentimos una fuerza descomunal que nos permite seguir multiplicándonos hasta el infinito para asumir roles de madre, enfermera, maestra, profesional, consejera, cocinera, costurera, asesora de modas, estilista, fontanera, albañil, dibujante, matemática, y lo que la ocasión y los hijos requieran.
Y se puede, no es fácil, pero se puede. Más allá de los estigmas conozco muchos adultos felices y exitosos que se criaron solo con la madre. Eso, en lo personal, me alienta mucho. El desafío es doble, sí, pero hay que cumplirlo. Dicen que el amor es la fuerza más poderosa del universo, y lo creo. También dicen que el miedo es lo contrario al amor, pero estoy segura de que el amor tiene ganada esa batalla porque, al menos, para mí, el amor de mis hijas ha sido el remedio para cada ataque de pánico que llego a sufrir.
P.D.
Nunca pensé llegar a escribir un post sobre este tema, no es algo de lo que me sienta orgullosa, pero es mi realidad. Muchos lo leerán y me criticarán, pero espero que alguna otra mujer en mi situación lo lea, y sepa que no es la única. Si es tu caso y me estás leyendo, te dedico estas líneas y te animo a seguir, a no dejarte vencer. Nuestros hijos lo merecen.
Mi nombre es Karla, el de él… Sebastian.
martes, 10 de abril de 2012
Confesiones de una “super mamá”
La primera es la más urgente: no soy una super mamá, no soy una super nada. En realidad hago lo que hago por dos razones. La principal es porque hay una fuerza motora que nos impulsa a veces a olvidar la lógica, se llama amor. Esa fuerza es imparable, pero a veces es también arrasadora. Luego, la otra razón es un poco más mundana y quizás hasta triste: creo que nadie haría lo que hago si no lo hago yo. Simple.
A veces doy y doy hasta quedar sin nada, barrida, exhausta. Entrego más allá de mis fuerzas y posibilidades quizás en espera de que alguien se acerque y me pregunte que si hay algo que yo necesite. Ese momento aún no ha llegado. Talvez no llegue nunca.
Confieso que a veces temo que algún día ya no podré dar nada. Espero que eso suceda hasta que esté muy vieja y que yo sienta que mi misión está cumplida. Este trabajo es una gran labor de fe y sobre todo exige creer en el largo plazo, en el larguísimo plazo. Mis esfuerzos quizás tengan frutos en 20 ó 25 años, cuando haya una mente adulta, forjada gracias a aquel esfuerzo, que diga, como dijo Abraham Lincoln: “Todo lo que soy se lo debo a mi madre”.
Confieso que sí tengo necesidades y sueños, y egoísmos, muchos. Los guardo, celosamente, y me reprendo cuando asoman.
Confieso que también tengo incontables alegrías, satisfacciones, orgullos. Hay tanto entusiasmo en poder servir para ver crecer a tu familia. Esta labor prodiga privilegios escondidos y premios maravillosos. A veces, un solo abrazo de unos bracitos chiquitos te puede hacer sentir invencible. Y entonces se sigue, se sigue. Así es como funciona esto.
Confieso que a veces olvido que soy una mujer, olvido que fui alguien con otras aspiraciones e intereses. Olvido que el mundo es enorme y que me mi rincón es chiquito, que mi mente y mi energía son limitadas.
Confieso que ya no soy tan libre de sentir. Me escondo para llorar, me avergüenzan la cólera y la impaciencia y lucho contra todos los sentimientos que pueden ser un mal ejemplo o una mala guía para mis hijas. No quiero ser la que destruye sino la que edifica, como esa mujer sabia de la que habla la Biblia.
Confieso que sigo aquí voluntariamente, firme, con el corazón, porque mantengo una libertad básica y gigante: la libertad de amar. Amo a mi familia, esa es una gran verdad. A veces, desde fuera, ese amor se puede ver como una super fuerza, que lleva a esa dañina y estereotipada expresión de “super mamá”. La verdad es muy sencilla, lo que hay es bien simple porque no hay poderes mágicos ni extraordinarios, es solo entrega, compromiso y amor.
*Gracia Pasos es colaboradora de Madres 2.o