Cuando pequeñas, nos representaban el amor de familia y a la madre ideal en estampas que retrataban a señoras con delantal, cabellos, ropa y uñas impecables, y sonrisas inamovibles, que servían suculentos platos de comida a sus igualmente-siempre-sonrientes familias.
Muchas de nosotras de hecho alcanzamos a vivir en hogares en los que nuestras madres se esforzaban por dedicarse a sus hijos, y que combinaban pequeños negocios domésticos con la crianza y el cuidado de sus familias.
Después de convertirme en madre, primero de una, y ahora de dos mujercitas, me ha tocado darme en la frente con esa imagen idealizada de la madre perfecta. Mis hijas rara vez me ven en delantal, yo cocino con la ropa de oficina puesta, en tacones y, muchas veces, con el celular entre la oreja y el hombro. Me ven poco, casi siempre a prisa, me ven escuchando las noticias o leyendo el periódico, me ven corriendo de un lado a otro o manejando, me ven otras veces cansada, otras veces estresada.
Pero, como la gran mayoría de madres, yo las amo sobre cualquier otra cosa en este mundo. Y ese corre-corre es una de las formas en las que trato de demostrárselos. Son formas diferentes de amor, poco tradicionales, poco ortodoxas, diferentes para cada madre de nuestros tiempos, pero forma de amor al final.
Es igual amor el de alguien que reconoce que no puede cocinar, pero se rebusca por encontrar a alguien que le ayude con eso, o que paga para que a sus niños no les falte un buen almuerzo.
Igual amor es el de quien a la mejor no tuvo oportunidad de prepararse mucho académicamente, pero ahorra para comprarle a sus niños libros o una computadora, o lo acompaña a un ciber café para buscar juntos la información.
Igual amor es el de quien se traga la vergüenza o los prejuicios con los que a muchas nos criaron, y se esfuerza por hablar claro de sexualidad con sus niños…
Antes me frustraba y solía ver con envidia a las madres de tiempo completo. Ahora creo que cada quién hace lo que puede, de la mejor manera, con lo que tiene. Hablando con otras mamás del colegio descubrí que ellas me envidiaban a su manera también. En fin, ¿qué nos queda? Tratar de que no les falte nada a nuestros niños, intentar enseñarles con el ejemplo, darles todo el amor que podamos y procurar que el tiempo que pasamos con ellos, sea mucho, sea poco, sea de la mejor calidad posible.
No nos cerremos ni le tengamos miedo a estas nuevas formas de amor. Amor es amor, a final de cuentas.